No entender nada.
Después de este fuego
abrazar la decepción gélida
de la noche del desierto.
No entender nada
Como estar perdido en el bosque
Como estar perdido en el bosque
para volver a soñar y jugar
con las piezas de otro paisaje.
Igual que al alba el sol calienta
la piel y derrite el rocío
y resplandece bajo la escarcha sombría
el verde prado luminoso.
Así retoma el cuerpo la confianza
se acomoda en el espacio.
Los miembros van ligeros,
no están ceñidos los brazos ante la intemperie.
Comienza a recibir el calor de su abrazo
amable, cálido, amigo.
Con el corazón en calma,
entrever tras las enredadas ramas el claro,
sin buscarlo traspasar la linde de lo oscuro.
Ya no tiemblan los pétalos de esta flor,
habita el territorio de su refugio.
Qué sigiloso paso
Qué sigiloso paso
lleva esta mañana.
Qué confusión de ecos
recorren las calles.
Y pretendes de cansancio
levantar castillos,
si va esta pereza en reposo
de piedra en piedra
y deja abandona a la sombra
la voluntad frágil.
Traes las suelas manchadas de cenizas
y harás huellas de lodo
cuando caiga la tormenta.
La línea
Opinemos todos:
la línea está torcida, recta,
ondulada, zigzagueada, diagonal, secante.
La línea está segmentada,
infinita, perpendicular, cortada,
tangente, paralela, superpuesta,
discontinua, quebrada, clara y difusa.
La línea es una raya,
marca en el espacio,
borrón sobre las letras,
coordenadas de abscisa y ordenada.
La línea imaginaria,
líneas que convergen o divergen,
líneas hechas punto a punto,
líneas dispersas fueras del plano,
líneas que señalan, subrayan,
tachan, enmarcan y encierran
sostén caligráfico, mapa y guía.
Líneas en cruz y encrucijada.
Línea oculta, fantasma,
central, repudiada, solitaria.
Líneas sólidas, finas y gruesas,
líneas que forman figuras,
dan volumen y área.
Línea luminosa, emocional,
normalizada, funcional, inútil.
Líneas radiales, elípticas, caóticas,
clandestinas líneas entre sombras.
Líneas mixtas, cerradas y abiertas,
profundas.
Líneas simbólicas, espirales, fractales,
predecibles.
Líneas infértiles, procreadoras,
fanáticas y cuerdas,
tan escrupulosas que ni se tocan.
Para opinar toda una gama geométrica.
Mi línea es rúbrica personalizada
sin patrón ni molde.
Prefiero la línea errática, crítica, curiosa,
compleja, la antítesis, la imperfecta,
aquella que mi boca modula
y pronuncia la palabra,
ese hilo salivar que produce mi lengua,
dendritas ramificadas de mi cerebro,
estrellas fugaces que recorren mi médula,
humor nutrido que vierte savia
a mis entrañas.
Nadar a ratos y dejarse llevar
Nadar a ratos y dejarse llevar
por la marea.
Nada y mécete.
Nada somos,
simples pinceladas de azul
sobre un inmenso océano.
En los infinitos espacios
En los infinitos espacios
va libre de la carga de la carne,
por el aire camina con pies etéreos
su sustancia.
Es contraría melodía a nuestros oídos
y esta recia piel no está hecha
para notar su sutil roce.
Qué decir de los ojos
que sin fe caminan,
atados a la luz que entra
en sus pupilas con sombras,
¿cómo distinguir su brillo transparente?
De aquel jardín oculto
no llega el aroma de sus flores
y, aunque la boca en silencio
capte un sabor indefinible,
solo el corazón atiende el recado
de sus líquidas palabras.
Búscame allí donde se ocultan las sombras
Búscame allí donde se ocultan las sombras
tras robarle la luz a los objetos.
Si arañas el envés del espejo verás
la transparencia de tus desvelos.
Mientras la luna sale,
cierro los ojos y rezo.
Búscame allí donde se forjan los colores
que el tiempo tiñó de negro.
Si descorres todos los velos verás
el brillo azabache de aquel cielo.
Mientras el sol sale,
abro los ojos y muero.
Voy a evocar cada piedra
Voy a evocar cada piedra
de este templo.
Voy a mirar su cruz
para hacerla recuerdo y nunca olvido.
Voy a retener en mis oídos los ecos
y trinos cotidianos,
también la alegría de sus campanas
callando todas las voces.
Voy a encerrar en mi retina bajo llave
este horizonte de luz infinita,
su sublime firmamento de nubes y luna.
Soy nómada, pernocté en sus brazos
bajo la luz del sol y la noche más oscura.
Voy a un lugar nuevo con otra capa de piel
y abandono la cáscara de tu aire y tus muros.
Bebí de tu fuente y su soledad sonora,
entre sus calles quedarán mis huellas y las tuyas
y, en el silencio, nuestros murmullos.
En este destierro elegido,
voy transeúnte por esta tierra
hasta alcanzar los infinitos espacios
de las eternidades.
Dejo muda memoria
y conservo melodías de recuerdos.
Cargo la mochila de semillas
para sembrar nuevas cosechas.
La vida hasta quieta es errante
y su sendero siempre incierto.
Es bruma en lontananza
que se deshace a cada paso.
Oh, muerte, que te niegas a mi mirada
Oh, muerte, que te niegas a mi mirada
y no me muestras ni cercanía ni lejanía,
tejes tus hilos callada sin susurrar al oído
ni cantar mientras haces tu labor.
No sabemos si eres sombra de otra noche
o vienes de camino para hacer último alba.
Ah, muerte, siempre pegada a nuestra boca,
lanzada tras las palabras inútiles
de este escaso abecedario,
vuelves a la úvula de nuestra garganta
sin escupir ni el más leve suspiro,
ni dejar cabo suelto de tu secreto
hasta que, culminada tu obra,
en nuestro postrero aliento te manifiestes
y ya, vestidos de mortaja,
disuelvas en la nada este sueño que fuimos.
Hoy, en este día de marzo
Hoy, en este día de marzo,
en este cielo por donde se divierte
un sol caprichoso, niño que corretea
y juega al escondite con las nubes,
mi espíritu se siente confiado,
aunque sabe que no podrá
agarrar para siempre esta emoción
y regresará la bruma del desencanto
de la tristeza.
Entrará su alada sustancia a una cárcel
hecha de barrotes endebles
que parecerán de puro acero.
Creerá imposible de escapar
y al rato sin más se va a disolver
como hilos de agua transparente.
Qué extraño este vivir
Qué extraño este vivir
del que nos sentimos sus dueños
y ni siquiera somos inquilinos.
Por qué atarnos nuestras propias cadenas,
si viene la brisa y su nudo se rompe
y cuanto más libre te sientes,
los dedos alargados de las sombras
se enredan y hacen nube oscura
sobre tu cabeza.
Qué extraño es este vivir
sin certezas de un mapa
que trace claro las sendas.
Por qué dejamos entrar al miedo,
si somos objetos de su capricho.
Sacudirse ese polvo gris.
hacer ovillo y lanzarlo lejos,
satélite del cosmos ignoto,
mientras nos dejamos llevar,
mecidos por sus ondas.
Que decidan nuestros pasos,
nos baste confiar en que el reloj
no se pare, levantarnos a una hora,
reír a la sorpresa,
soñar mucho
y llevar siempre los párpados levantados.
Me ha inundado su aroma de hierba
Me ha inundado su aroma de hierba
bajo la neblina de un amanecer.
Ha llegado con su traje de señora,
seria y callada.
Arrincona la voluntad
y busca un asiento cómodo
al abrigo del norte,
un lugar sereno, donde se respire
sosiego y cobijo.
Tendrá ese espacio que hacerse
reconocible y para ello
hará falta habitarlo.
Me ha inundado su bruma,
su corriente de aire frío
y mi corazón temeroso
se encoge apretado en el pecho.
Cruzo los brazos para retener
su palpitar alocado y recibir
el calor de un fuego amable.
Qué desagradable tiempo de pereza
que siembra miedos y desánimos
con este otoño recién llegado,
tan desapacible que se barrunta
se adelante el invierno.
Qué sola está la iglesia de noche
Qué sola está la iglesia de noche,
con sus santos, vírgenes y crucificados.
Se oirán sus plegarias y sus lamentos,
rondarán las columnas
los rezos y confesiones de beatas,
guardados en los confesionarios silenciosos,
sus secretos arañando los oídos de los ángeles
por los carnales pecados,
ellos que no saben de deseo,
pues Dios no talló su cuerpo para la lujuria.
Qué sola estará esa solemne estancia,
qué almas recorrerán los pasillos,
qué cuerpos sin peso estarán sentados
en los bancos fríos en perpetuo recogimiento,
y cuántas calaveras apoyadas sobre los reclinatorios.
Qué sola está esta iglesia,
llena de tinieblas sin velas encendidas,
calladas todas las bocas de yeso y madera.
Qué frío en la noche oscura,
mientras, en este profundo silencio
de madrugada, yo la miro compasiva,
intento atravesar este denso muro
para hacernos mutuamente compañía,
orando al cosmos una letanía eterna.
Me miran los días con el descaro
Me miran los días con el descaro
de sus mañanas,
el ritual de luz y alborozo acostumbrado
que llevan las risas de la chiquillería.
A estos ojos cansados de noche
se les contagia su júbilo
y, frente a su decadencia,
le ofende tanta arrogancia
de lozanía y juventud.
Pero este turgente cielo
pronto se hará lacio corpiño,
y reverberarán los rayos de sol
sobre la piel aún exuberante de su atardecer,
sin sospecha de que avanzan
sigilosas sombras que se esconden
por los rincones.
Estos ojos cansados de noche la previenen:
no andes con alardes,
que el ocaso se aproxima.
Le llegará de golpe toda la penumbra
que tan ajena creyó.
Por cosa alejada la tenía,
cuento y leyenda de lunas y estrellas,
donde oscuridades mayores
las cubrieron de desventuras
y apagaron el brillo de su plata.
El día al final termina para todos
y estos ojos cansados de noche
se asoman en la negrura que adquirió
aquella resplandeciente blancura
en el azogue de su espejo.
De hito en hito se miran y se reconocen
caduco tiempo lleno de melancolía.
En clausura, vestida con el hábito
En clausura, vestida con el hábito
de los quehaceres diarios,
en mano de la providencia,
regalada con los dones del destino,
entregada a la oración cotidiana,
con la fe puesta en su complacencia
y la gratitud por el cielo que me ofrece
entre los muros de mi celda.
Si la vida es conciencia
Si la vida es conciencia y
sin conciencia no es esta vida.
Quién dice que murió aquel
que es recordado.
Mas, al final de los días.
qué muertos quedarán
sin memoria de vivos
sobre un valle olvidado.
Se derrumba esta colina
Se derrumba esta colina
levantada con arena.
Vino el viento y la redujo
a un puñado de grava.
La alzó unos centímetros del suelo
con nuevos aires.
Este vendaval arrasará con todo.
Y presiento su olvido.
Desde mis esquinas
Desde mis esquinas
siempre un horizonte pequeño,
un margen diminuto, reducido, modificado.
El vuelo de un ave,
el eco de un motor que se aleja,
gente anónima que camina
a lugares insospechados,
paredes de edificios colindantes,
ventanas de casas.
Desde mis esquinas,
entre bloques de pisos,
en cinco centímetros se dibuja un mar
y se recorta un cielo.
Vidas extrañas, sonidos amables y cotidianos,
niños que van y vienen de la escuela,
una calle que se pierde para la mirada.
Voces vecinas, críos que juegan,
un loco con sus demonios
atrapado en su cárcel.
Tras aquella ventana alta,
se presienten sus miedos
y se protegen los nuestros.
Desde mis esquinas,
Edificios que dejan un hueco
por donde transita la existencia,
trajín de horas y sus cadáveres.
Desde mis esquinas,
el escaparate de un local
que, cada cierto tiempo,
cambia de dueño y de artículos.
Desde mis esquinas,
una pared y, de soslayo,
un patio interior sin suelo ni firmamento.
Desde mis esquinas,
árboles que han crecido con el tiempo,
juntaron en oasis de bosque de ribera
para una autovía con su runrún indomable,
un monstruo que despierta cada amanecer
devorando el silencio que engendró la noche.
Balcones en hileras unos sobre otros,
floridos, abandonados, encerrados entre cristales.
Desde mis esquinas,
una farmacia, el dispensador de preservativos,
un bullir de idas y venidas,
de acordes y desacordes de palabras,
sonidos de claxon, ruedas que chirrían,
borrachos que cantan o gritan en la madrugada,
alborozo de jóvenes noctámbulos
de vuelta a sus prisiones.
Casas bajas con jardines vallados,
una calle enfrente y un palpitar excitante y decadente
según la hora del día y la noche.
Desde mis esquinas.
a un lado un árbol, pájaros que vuelan,
gaviotas y palomas posadas en los tejados,
mirlos que saltan de rama en rama,
nidos ocultos en su bóveda entre la maraña de hojas,
un patio pequeño, una puerta de garaje,
una valla enrejada,
un perro que duerme en su casa de madera.
Ya solo rondará su alma.
Al otro lado, un muro y otro patio,
un balcón enfrente,
trinos y un sol que avanza
y unas sombras que hacen ocaso,
noche oscura y nuevo amanecer.
Desde mis esquinas,
los tejados de una iglesia,
sobre la espadaña, una cruz de piedra,
un mar ondulado cubierto de musgo,
flores de apagado color y cruce de tejados.
Recortado en oblicuos ángulos, un cielo grandioso,
cambiante, renovado por los instantes,
calendarios y siglos sobre un cielo infinito,
un campanario que da llamadas a misa,
que anuncian el mediodía
alborozo de celebraciones,
toques de dolor en los sepelios.
Música y ruido que reverbera contra los muros.
Desde mis esquinas y sus horizontes,
todas ellas, pequeños universos,
límites para mis ojos,
infinito para mi mirada.
Ya se empieza a cubrir de sombras
Ya se empieza a cubrir de sombras
el oriente, abandonado por el sol.
Y este horizonte de ocaso
engaña con sus vivos púrpuras y rojos.
Tiene el cielo la belleza y la fuerza
previas a la muerte.
Los ojos se embelesan en su encanto
y olvidan que, próxima, aúlla la noche
con tinieblas de espectros tenebrosos.
Todo eso que haces
Todo eso que haces,
cambiar el color de tu pelo,
quitarte las lentes,
pintarte los ojos,
beber buen vino,
montar en moto,
hacer estupendos viajes,
vivir la fiesta con avidez,
apretar el tiempo en tu puño,
comprar la sonrisa perfecta.
Todo eso que haces
por ocultar las señales de los años,
la suma de tus anhelos,
para negarte aceptar la decadencia,
el deterioro, la decrepitud que se asoma
por una de las esquinas del espejo
donde te miras.
Eso es tu miedo a morir
sin saber qué está al otro lado.
En realidad temes el devenir,
su letanía de segundos,
la bruma que se extiende sobre el paisaje.
El sol atraviesa los espacios,
pero su luz decae
y van creciendo pertinaz las sombras.
Es la existencia que sufre,
se somete y se entrega
a su propio sacrificio.
Quieres mostrarle a la muerte tus dientes,
la fortaleza de tus sueños
y acaricias sumiso el lomo de esa bestia
que acabará devorándote.
Pero, te equivocas, ella,
la innombrable,
la bella porcelana,
la honorable eternidad,
no persigue nada,
no te busca,
te contiene,
te lleva de su diestra o siniestra mano
hasta el día marcado en rojo
en su agenda.
Quizá no la temas porque te sobren
aún primaveras o veranos,
aguante el estío borrando otoños
y el invierno sospeche queda lejos.
Te sientes fuerte, soberbio, más joven.
Te mientes y no quieres escuchar
el tic tac del reloj.
Tal vez, creas que todos esos pasos,
esos hilos que aprietas en un nudo
te den hoy la seguridad,
la garantía para un mañana como el presente.
Sin embargo, la vida nunca avisa
del siguiente paso,
no sabrás cuál será tu última huella
y frenada en seco.
Caminamos, cerramos una puerta
y entramos a otra estancia
siempre más precaria que la anterior
hasta caer al vacío,
ese del que huyes cubriendo con parches
la tara, el deterioro inevitable
de la prenda que te viste.
La vida no piensa, sucede.
Aquello que el tiempo destruye
Aquello que el tiempo destruye
es solo superficie, vana apariencia.
Podrá robarle a la rosa lozanía,
mas no hermosura.
Su grandeza no estaba en sus suaves pétalos
ni en su aroma delicado,
sino en ser semilla de nuevas rosas.
Ser llama de una vela
Ser llama de una vela,
sinuosa, ondulante, vibrante
y desbocada por momentos,
conducida con suavidad
por la suave mano de la brisa,
melena suelta al viento.
Miro esa llama, danza
con movimiento sensual.
Por momentos,
su llama irisada se eleva,
se ensancha, se desvanece
y vuelve con fuerza
con pasos armoniosos
abrazados de alientos.
La vida.
Llama hipnótica, enigmática, mística,
fuego sublime, sol amante de océanos,
allá, hacia el horizonte infinito
donde nada es imposible.
Penetrar con las manos la tierra
Penetrar con las manos la tierra,
desmenuzarla sin romper las raíces.
Qué placer sentirla, llenarse hasta el codo
con su maravillosa sustancia.
Moldear un sueño en soledad
era palpar dentro de las entrañas
de la vida.
El tiempo, aire que nos contiene
y nos hace fluir,
cubre la carne de costuras,
cerradas heridas con fino hilo de seda.
Y con mano diestra simula
la rasgadura y el remiendo.
Hecho un ovillo de matas
Hecho un ovillo de matas,
dentro de su cobijo como una crisálida,
se despierta el cuerpo.
Viene de recorrer territorios cubiertos de tinieblas,
teñidos de un cierto color pardo
por donde se mueven sus figurantes
entre geometrías irreales con certeza.
Es una atmósfera cargada y mágica
que deja sobre los espacios
la luz tenue de una vela.
Son sinuosos y recónditos sus escenarios,
transitados por extraños
y conocidos transformados en otros rostros.
En esta habitación malva,
de paredes torcidas y remiendos
con tono más oscuro,
los objetos se distinguen con nitidez
bajo la luz penetrante del sol
iluminando la estancia.
En este pequeño universo de intimidad,
los objetos cotidianos se manifiestan
con rotunda presencia.
En la esquina de enfrente
una sombra luminosa, un haz de luz,
se quiebra formando un ángulo obtuso
que atrapa entre sus luminosos lados
un móvil de viento estático, sin melodía,
a la espera de abrir la ventana,
entre el aire fresco y golpee con suavidad
el metal de sus tubos,
creando armonías aleatorias.
A su lado hay unos dibujos de pájaros,
una paloma que lleva en su pico una bufanda roja
y un jilguero apoyado sobre una ramita.
En un papel para acuarela
con la marca de un doblez,
está perfilada a rotulador azul y malva,
una luna creciente de la que cuelgan
en hilera unas estrellitas.
Todos nacieron de la misma mano,
dulce, tierna y herida.
Con el antifaz sobre la frente,
los ojos del durmiente parpadean
resentidos por la claridad del día.
Se recrean en los detalles
con la intención de retener de nuevo el mundo.
Brazos y piernas inician pequeños movimientos,
preparándose al ritmo cotidiano.
Cada hueso y músculo desentumece su rigidez,
ese muerto regresa a la vida.
En un lateral cuelgan de una alcayata
varios objetos,
un corazón hecho a retazos de tela vaquera,
trozos pegados unos con otros con cola,
igual que una bola con cartón de huevo.
Una percha retorcida que parece
prensada en la fragua a fuego y lodo,
bajo el martilleo continuo de ruedas
sobre el yunque del asfalto.
Hay también un yoyó antiguo,
aquellos de pasta dura,
de color amarillo y azul,
que cae como péndulo de reloj
sobre la pared.
Las prendas quitadas en la noche
reposan sobre una caja de herramientas
de metal que hace de costurero.
Más arriba, apoyada en un tornillo,
una pecha, esta perfecta, funcional.
No sirve para ropas
sino para sostener unas docenas
de collares de todo tipo,
tejidos a lana o cosidos con fieltro,
hechos de piedras y cristales
recogidos de la orilla de una playa.
Sobre ellos pende de un hilo
un corazón grande
construido con restos de hebras
rosas, rojos y azules.
De vez en cuando desgarrando
el silencio,
irrumpe atronador el motor de un vehículo
y, al regresar la calma,
una voz anónima transita la calle
hablando por teléfono.
A lo lejos se oyen las campanas de una iglesia,
pronto sonaran las de este campanario cercano.
Entrarán de lleno en esta densa soledad y paz
advirtiendo de un tiempo que se fuga
con estos destellos.
Es la soledad
Es la soledad más estricta,
más diplomática, más conceptual.
Es la soledad indomable,
insaciable, indivisible,
multiplicada.
Es la soledad única,
abandonada, aislada, extraña,
singular.
Es la soledad deudora,
tramposa, farsante, desleal, impostora,
hipócrita.
Es la soledad perturbada,
catastrófica, aborrecible,
calamitosa, dolorosa.
Es la soledad compañera
inseparable, auténtica depredadora
insaciable, obsesiva.
Es la soledad calculadora,
lastimera, postergadora.
Ata, aniquila, araña,
envuelve, somete, muerde.
Es soledad rota, esparcida,
suelta y salva
porque a solas se atormenta,
se seca sin tu compañía,
perdida en la holgura del silencio
y el vacío de la estancia.
Soledad es sol y su temporalidad
enigmática,
imperativo verbalizado
y palabra sustantivada.
Los años nos vencen
Los años nos vencen
como el viento al tronco.
No volveremos a ser los mismos
después de cada primavera
y de cada invierno.
No somos los mismos después
de tantos soles y noches.
Nunca seremos los mismos.
Aunque no tuvo suerte
Aunque no tuvo suerte,
se sintió afortunada.
Ella es vacío y soledad de océano.
Quiso ser libre para el gozo
y fue cárcel de silencio.
En el lecho, cuando sus dedos la rozan,
siente que aún no está muerta.
Como reto con la muerte, saber si sigue viva
aunque la rodean brazos que callan
y el frío se instala entre las sábanas.
Ella abrió la jaula
echó los sueños a volar.
Por estas calles desiertas de densos muros
Por estas calles desiertas de densos muros,
corren los sonidos y reverberan
burbujas que explotan de golpe.
Estallan contra la piedra dura
con toda su rabia,
desparraman su fragor
en avalanchas.
Hay sonidos groseros
de motores y máquinas
que rompen el natural encanto
del silencio que ronda solitario
por las acostumbradas horas.
Las palabras forman una danza.
A ratos no llevan el compás
y a ratos, van tan apretados esos bailarines,
que no se distingue uno de otro.
Alguno sale del runrún
y lleva su ritmo aparte,
junta los pasos y compone,
con los sueltos fonemas ,
un movimiento claro y definido.
Apenas una o dos palabras saltan
de puntillas fuera del corro,
sin llegar a hacer una frase completa
ni saber qué dicen.
No son ecos que se vayan extinguiendo
con el tiempo, más bien
se agolpan en una sola nota,
agua que sale de un caño,
fuente que no siempre es arrullo
para la calma.
Una gota sale salpicada
y deja la huella húmeda sobre el suelo.
Pronto se seca y abandona la boca
para ser olvido en el aire.
Agradables risas y parloteo,
torpe vocabulario inocente de críos,
son hebras de una trama de colores suaves.
A veces son gritos que asustan,
gones fuertes de campanas
golpeando sus úvulas contra el bronce
y el alma se contagia de su gozo o pena,
según sea repique alegre de boda
o triste clamor de muerte.
Soy figura que cruza por detrás
Soy figura que cruza por detrás
de Narciso y ve su espalda,
mientras él se recrea en su rostro.
Nadie llega a conocerse
y no se sabe de uno por el otro.
Pasajeros de un tren,
vemos en el cristal de la ventanilla
la sombra del que va
en el asiento de al lado.
Somos perfiles deformes
de una luz que nos entra
de soslayo, guardando silencios
con un lenguaje secreto.
Cuánto dura este árbol
¡Cuánto dura este árbol
sembrado en tierra tan poco fértil!
Miro cómo luce aún en sus ramas hojas verdes.
Se agrieta su corteza,
aunque no vierte el ámbar de sufrimiento.
Quizá ya rondará por sus raíces
y corran por su savia
las larvas mordiendo muerte.
Puede que su tronco siga firme
y su copa esté cubierta de otoños.
Saborea las bondades del cielo,
se distrae con pajarillos y nubes.
Entregado a sus caprichos,
resiste sus contratiempo.
Disfruta bajo el sol de su propia sombra
y, tras la lluvia amable y dulce,
hay destellos de frescura
en su vejez incipiente.
Trazan los días líneas profundas,
como su nervadura sobre el envés,
llevan la sabiduría de sus vivencias.
Cuando se ciñe la oscuridad
Cuando se ciñe la oscuridad
de la noche al alma,
cómo no buscar alguna estrella
en su firmamento
que, generosa, nos conceda
el fulgor de su brillo,
aunque solo sea rastro de muerte
y seguir siendo luz
en otro cuerpo difunto.