¡Qué placer la pereza!
Afloja los cordeles
que sujetan nuestros miembros,
deja al cuerpo liberado,
flojo, ligero, sin gravedad.
Fluye un lento arroyo,
son rumor del agua
los pensamientos.
Qué placer mecerse
por los minutos,
abarcar sin prisas las horas
siempre y cuando
el apetito sacie
a los sentidos adormecidos
rodeando la nada.
Qué pesadez el tiempo
que es larga pausa,
obstinado pie
que no rompe a dar el paso,
atascadas agujas
del reloj del día,
con sus largos segundos.
Qué aburrimiento el tictac
que amenaza y grita
la letanía de su eco.
¡Qué placer la pereza!
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