¡Habla, boca y escucha, oído!,
una misma voz que recorre
los oscuros espacios interiores,
iluminado por estas estrechas ventanas
por donde ve un paisaje
lejano y confuso.
Creemos oír otras palabras
fuera de esta cárcel.
Aferrados a la idea de un más allá,
buscamos las llaves que abran
este cerrado cofre.
Lástima, es solo nuestro eco
que retumba en el vacío
de nuestra angustia.
En la desesperación probamos
distintos itinerarios,
arrastrados por la locura
y el envanecido ego,
sombras que nos mienten
de la verdadera figura y esencia
de nuestro ser.
Nos rodean altos muros,
esquinas que a otros muros
nos llevan.
Hay un cielo que nos mira
y lanzamos de nuestras gargantas,
un grito de espanto.
Tranquilo, insignificante átomo,
deja que el privilegio de la palabra
construya la ilusión de este mundo,
levante castillos aunque sean
de arena protegidos por torreones,
almenas, murallas y fosos,
adornados palacios con hiedras
que lleguen más alto
que tus anhelos.
Admira la belleza reflejada en un cristal,
urna de esta prisión,
tendrás la equívoca imagen
en un traslúcido fondo,
fraude que alimenta los sentidos.
Goces o sufras, ¿qué importa?
Concluyes con la argamasa
de tus palabras,
quizá, obtengas premio
o algún día
tenga merecido castigo el deudor,
sea todo un sueño y despiertes
de sus frágiles límites
para entrar en la sólida realidad
convertido en piedra,
bestia llevada por impulsos,
mosca entre la podredumbre,
mujer y hombre que juegan
con un caprichoso Dios
sobre el que dejar la carga
de sus ignorancias y miedos.
¡Habla, boca y escucha, oído!,
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