Porque este cuerpo se hizo
con la materia del deseo,
nos sitúa en perpetuo malestar
cuando lo persigues,
cuando lo obtienes.
El deseo nos hace infelices
y nos alienta
a seguir buscando,
a caminar llevados por su guía.
El deseo y sus hermanas,
esperanza y voluntad,
forman el trío pérfido
que te atrapa en su abrazo
equívoco,
te quiere, te odia,
te salva, te hunde,
te miente o es la única verdad.
Vivir sin deseo es la muerte,
desear es sumergirnos
en un continuo desaliento.
La decepción es su punto y final,
a no ser, que transmute
el orden
y desees lo que obtienes,
no esperes más que lo dado,
sea lo recibido aceptable
para no morir mientras estamos vivos.
Cuántos vieron en el deseo
la traición para la paz del alma
pero le pusieron boca
para buscar su alimento.
Es nuestro destino ir de un lugar a otro
con la mirada puesta en su vacío,
sujetos a su silencio,
a un cuerpo sin cabeza,
a la aceptación humilde
de nuestra voluble sustancia.
Dejar de desear es para la materia inerte.
O tal vez, la montaña desee
ser valle y espera al viento
para que la diluya en polvo y arena
y, siendo valle frondoso,
tenga la recompensa de ser
de nuevo montaña
y hagan las lluvias crecer su bosque
de troncos y ramas elevadas hacia las alturas,
para estar otra vez
más cerca del cielo y casi rozarlo.
Porque este cuerpo se hizo
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