Se ha ido hoy la luz,
la artificial,
esa que cuelga del cielo de nuestros techos,
sobre los espejos y las mesas,
alumbran rincones de la casa,
avenidas y callejones oscuros
y activan nuestros electrodomésticos.
Qué voraz es su apetito
que devora hasta las estrellas
y qué torpe es el hábito ante su abandono.
Mi mano acostumbrada
sigue inútil pulsando los interruptores.
Qué triste dependencia,
qué esclavitud.
Acaso el aire, el agua, el alimento y el fuego
que abriga y alumbra no sea suficiente.
Saber modular la voz de los sueños
para dar sentido a la palabra y sus actos
nos consuela y da serenidad al espíritu.
Ser libres no es gritarle al viento,
sino desatar los finos hilos de la rutina,
bañarnos en el universo
que busca el equilibrio a capricho.
Nadie cuenta con mapa
para recorrer ese dédalo.
A veces nos viene bien
desviar el eje de la balanza.
Aligeremos los pies de la tierra
y que la carga sea leve.
Se ha ido hoy la luz
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