Olvido tu nombre y tu palabra,
me hago oscuridad,
niego el rayo de luz
que se filtra por la quebrada
madera de mi encierro.
Me empeño en ver noche
en esta alba,
cuando el sol devuelve
las formas al mundo.
Despierto de las brumas
y entiendo que poco vale luchar
contra el viento que nos azota,
nos empuja o nos vence
y por qué sufrir si los dones
de la amable brisa llegarán
para entregarnos el día acordado su regalo.
Es el miedo al vacío de un tiempo etéreo,
suspendido sobre nuestras cabezas ignorantes,
esa nube incierta, el torbellino imprevisto,
el radiante sol que se impone
frente a la oscura amenaza,
la lectura siempre dudosa
de un cielo de colores teñido
por ocultas razones.
Desde que la inconsciencia se domestica,
el cuerpo se hace sumiso,
leal al amo que ordena
sin mostrar nunca su rostro,
si acaso, un perfil confuso.
Con la fe en su cuidado
y a la espera, después de la ofrenda
de una vida a su servicio,
de que tenga la compasión de cubrir
con tierra nuestros despojos.
Olvido tu nombre y tu palabra
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