En el silencio de la noche
hay susurros de clandestinos pasos,
un grito y un llanto femenino,
un hombre que abraza y consuela
su alma herida.
En el estrecho callejón
se levanta solemne,
sobre la profunda oscuridad del cielo,
la imponente figura de una iglesia.
La mujer vomita contra el muro
su desesperación.
Impertérrita,
acostumbrada por siglos
a las plegarias y súplicas,
no se conmueve y calla.
Tras una ventana abierta,
en esta noche de verano,
el insomne siente el anónimo dolor.
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