Al fondo del paisaje

 Al fondo del paisaje,
sobre las montañas,
se ciñen las nubes 
formando una densa bruma.
No dejan ver el verde
que la luz del sol
les brindó el otro día.
Se acomodan los ojos
sobre un fondo inestable,
forzando la mirada
para darle a la vida 
una forma reconocible.

Hay voces sin rostros

 Hay voces sin rostros,
sombras que caminan,
runrún de motores,
ladridos de perro,
un eco sin forma
y una nube espesa 
que nos cae encima,
revienta sobre la tierra 
y estalla un silencio pétreo,
el grito de todos los muertos.

Seguirá la fuente

 Seguirá la fuente 
con su continuo rumor
aún en la noche oscura.
Luna llena de cristal
y destellos de infinitos soles.
Ojos ciegos de su presencia
y vacío de su dulce eco.
El tiempo, eterno y fugaz, 
guardará todas las voces y murmullos.
Ceñida por los altos muros,
quedará en el recuerdo
su sencilla y solemne figura,
memoria y olvido de nuestros pasos.

El espejo es charco

 El espejo es charco que
refleja un cielo de intenso azul, 
un luminoso y profundo horizonte.
Hay muchos cielos distintos
y su cristal frío, tal vez,
encienda corazón y espíritu.
O con dolor descubras, 
tras la transparente superficie,
su oscuro fondo.

Ha venido una racha de viento

 Ha venido una racha de viento
aullando como un lobo,
removiendo polvo, hojas secas
y basura esparcidas por el suelo.
Ha enturbiado el aire en unos segundos.
Danzó el torbellino un rato
y, como si cayeran de golpe sus bailarines,
quedaron sobre tierra en reposo.
De regreso a la calma,
como si nada hubiera ocurrido
y, sin embargo, 
¿qué sentirán sus cuerpos?,
¿qué aturdida estarán sus almas
después de sufrir este golpe sin aviso?
¿Cómo recomponerse tras el caos 
y poner de nuevo en orden su mundo?

Ya supo que iba de paso

 Ya supieron que iban de paso,
no debían detenerse por mucho tiempo.
Recorrerían
nuevos caminos,
también abandonados.
Hasta que la vida los detenga
o la muerte los destierre
al país del olvido.

En esta tarde que ya comienza

 En esta tarde que ya comienza
a vestirse de otoño,
vierte el cielo una fina y silenciosa lluvia.
Minúsculas gotas acarician la tierra,
bañan las calles y sus enseres
desamparados sin un cálido refugio.
Cubre un velo el paisaje
y embellece su rostro melancólico.
Es lluvia breve, como el llanto de un crío
que, sin pasión, muestra su enfado
y pronto sonríe abriendo sus labios,
mostrando al mundo
sus inocentes dientes de leche
y su inconstante ánimo.

Olvido tu nombre y tu palabra

 Olvido tu nombre y tu palabra,
me hago oscuridad,
niego el rayo de luz
que se filtra por la quebrada 
madera de mi encierro.
Me empeño en ver noche
en esta alba,
cuando el sol devuelve
las formas al mundo.
Despierto de las brumas
y entiendo que poco vale luchar
contra el viento que nos azota,
nos empuja o nos vence
y por qué sufrir si los dones
de la amable brisa llegarán
para entregarnos el día acordado su regalo.
Es el miedo al vacío de un tiempo etéreo, 
suspendido sobre nuestras cabezas ignorantes,
esa nube incierta, el torbellino imprevisto,
el radiante sol que se impone
frente a la oscura amenaza,
la lectura siempre dudosa 
de un cielo de colores teñido 
por ocultas razones.

Desde que la inconsciencia se domestica,
el cuerpo se hace sumiso,
leal al amo que ordena
sin mostrar nunca su rostro,
si acaso, un perfil confuso.
Con la fe en su cuidado 
y a la espera, después de la ofrenda
de una vida a su servicio,
de que tenga la compasión de cubrir
con tierra nuestros despojos.

Gracias por este espacio

 Gracias por este espacio 
del que hoy me despido.
Paseo mi mirada por cada rincón
de tus paredes moradas.
Discurre la claridad del día,
atraviesa la traslúcida pantalla
del store.
Me recreo en cada trozo, 
en cada línea que dibuja la estancia,
sus esquinas torcidas,
la lámpara del techo,
buscando la simetría imperfecta,
sin encontrar el centro.
Gracias por tus voces prestadas,
por tu silencio sonoro,
por ser cobijo frente al horror
de un purgatorio.
Me rodea tu atmósfera pesada
y ardiente,
donde se fundieron lágrimas y música,
sueño y desvelo.
Gracias por la penetrante luz 
que invadía mi territorio,
reverberada en los muros,
atravesaba todas las fronteras 
y destilaba oro  
sobre mi campo de trigo.
Y esas crecientes y menguantes sombras
que iban ciñendo noches
y deshojando amaneceres.
Nunca fue la oscuridad impenetrable,
dejó al amparo de los miedos resquicios luminosos,
aunque el peligro siempre estuvo al acecho,
rondaba las horas agónicas
frente a la urgencia del deseo
de eliminar todo dolor.
Gracias por la frescura
de un esperanzado invierno
y la calma rígida de la tarde
disuelta en amalgama de intensos colores
sobre el horizonte del ocaso.
Gracias por acoger mi cansancio,
por sostener mis castillos 
de hilos, palabras y piedras.
Hoy, que en mi despertar
aún puedo mirarte con la lentitud
de los miembros 
acostumbrados a la ternura de tu lecho,
poso mis ojos por cada parte
de tu grácil figura,
de tus contornos sublimes. 
Sé que el tiempo la volverá extraña,
desdibujará su rostro
y, a pesar del cruel olvido,
intento anudar en estas horas 
cada lunar de su cuerpo,
hacer mío el aliento de su boca
envolver mis dedos con las hebras
de su alma.
El reloj cuenta y descuenta segundos,
veinte, diez,
extiendo mis brazos con un bostezo
y me pongo un vestido que ya se deshace 
como humo en el cielo,
cinco, tres, uno, NADA.

Tú, Secreto del mundo

 Tú, Secreto del mundo,
la única Voz,
la verdadera Palabra,
imitada con vanos intentos.
Melodías, gritos, susurros,
suspiros en el silencio
lanzados al aire, 
orgullo del incauto.
Destellos sin atadura de forma,
la reducida y confusa luz
que nos devuelve un reflejo.
Nunca recogeremos del fondo
de ese manantial
la claridad tragada,
que tan solo nos presta
el fugaz instante,
alimento de peces,
entre duda y error.
Y cómo entender ese mapa,
trazar letra a letra, 
diseccionar la palabra y su conjunto
buscar su raíz y sus ramas,
las metáforas y sus límites.
El conocedor de la Palabra
no habla al ignorante,
sino al que humilde abre sus puertas
y pone su cuenco
al caño de la fuente,
por rozar, quizá, los labios,
el frescor de su agua.

Esta soledad en las calles

 Esta soledad en las calles,
este cargado silencio
de encierro de almas
tras las puertas.
Estas cansadas palomas
que evitan el vuelo
bajo una densa calima
donde no hizo sombra
un penetrante sol.
Este dolor que penetra
entre la llaga abierta
de la despedida.
Dejar pasar las horas,
restar al reloj los últimos segundos,
borrar de los ojos el paisaje
y callar las voces de la rutina,
para siempre.

No volver atrás 
y nunca más retomar las huellas trazadas,
de los espacios acostumbrados.
Nada permanece,
aunque su reflejo
nos engañe con sus apariencias.
Este rodar continuo,
esta marea que arrastra 
los guijarros a las profundidades
y después los vomita,
pero no devuelve la concha de nácar.
La piedra brillante,
por el mar humedecida,
en la ardiente arena quedará seca y olvidada,
picoteada por torpes gaviotas,
tal vez, llegue de nuevo a la orilla.

Tú, secreto del mundo

 Tú, secreto del mundo,
la única voz,
la verdadera palabra,
susurrada, rogada,
suplicada al cielo.
Devuelto destello sin completa forma,
deforme sombra forjada
por una luz confusa.
Nunca recogeremos del fondo
de este río
la claridad tragada.
Pescaremos por error peces 
que no son gratos para nuestro paladar.
Y cómo extraer de la letra
borrada lo escrito,
el eco diluido en la distancia.

No le importa hacerse entender
este hablante,
conoce el mal oído 
de sus oyentes.

Vienen los pensamientos a la mente

 Vienen los pensamientos a la mente,
entran sin pedir permiso,
avasallando.
Reza por que se queden un rato
y se marchen sin dejar
un estropicio en tu casa.
Ocupan tus estancias,
rompen algún vaso,
ensucian y arman jaleo,
utilizan tus cosas,
en tu baño dejan sus desechos.
Con un poco de suerte,
son prudentes y amables,
si ven que molestan,
se marchan;
si los invitas te entretienen un tiempo
y, después al despedirles,
dejan una agradable sensación 
en tu ánimo.
¡Ay, los pensamientos!
Son vecinos que,
al capricho del destino,
se agradecen
o se temen.

Crecidas sombras en el horizonte

 Crecidas sombras en el horizonte,
ave de plumas oscuras,
alas que abren la noche,
noche triste y fría.
Sueños de otro cielo,
desde la distancia,
ojos que verán nacer
la hierba fresca
sobre la tierra húmeda.

Qué libre se sintió el espíritu

 Qué difícil mirar el paisaje
que no volverás a ver.
Con qué ansias
buscan retener tus ojos
su silueta,
guardar en la memoria
sus perfiles,
el rostro de aquellos días
de dulces sonrisas,
de amargas tristezas.
Qué libre se sintió el espíritu
navegando en este ondulado mar,
donde solo vio muros
el distraído visitante.
Las palomas que hoy sobrevuelan
estos tejados
cubiertos de flores secas,
mañana serán anónimas aves.
En esta tarde de estío,
de cielo brumoso,
de pesado aire,
de denso silencio y vacío,
corre por las estancias
la gris melancolía 
que viste el adiós.

No tengo el tema claro

 No tengo el tema claro.
Por mi mente navega 
la indefinida inquietud
y las palabras no la entienden
ni la alcanzan.
No advierte su incisiva mirada 
la difuminada estructura.
Reduzco, meto en el redil
este rebaño de nubes
para distinguir negras de blancas,
claras de oscuras.

De una sola teta mamamos

 De una sola teta mamamos
el verbo que se plasmó en piedra.
Que el eco lo repita hasta el final
de nuestros días.

Comienzo

 Comienzo, 
voy dando los primeros pasos
hacia la distancia.
La mente anda ocupada
en el trajín de embalajes,
solo a ratos para y deja entrar
la tristeza del adiós.
La urgencia de los actos
hace olvidar al corazón la ausencia
que vendrá.
De repente, 
se abraza al pecho la nostalgia
de lo ya abandonado
y lo rodea la bruma del destino,
de la incertidumbre.
Un río de temores recorre
el cuerpo,
por suerte,
es torrente que se calma.
Desaparece entonces,
todo dolor,
llevado de nuevo,
por su senda
de orden
y concierto. 
Ese enemigo huye a su guarida,
acecha tras las sombras
a la espera de mejor ocasión
para volver al ataque.

Como el sol

 Como el sol
que hace crecer la planta
y la seca,
reverdece el campo 
y transforma la fresca espiga 
en voraz mecha 
que enciende un fuego.
Ese sol que hace resplandecer, 
en esta mañana,
la vida,
marcha al atardecer y nos abandona 
a la oscura noche.
Es el mismo sol que enciende 
en nuestro corazón 
un sueño de libertad,
eleva el alma a las alturas
y precipita, sin compasión, 
la carne a los infiernos.

En el silencio de la noche

 En el silencio de la noche
hay susurros de clandestinos pasos,
un grito y un llanto femenino,
un hombre que abraza y consuela
su alma herida.
En el estrecho callejón
se levanta solemne,
sobre la profunda oscuridad del cielo,
la imponente figura de una iglesia. 
La mujer vomita contra el muro
su desesperación.
Impertérrita,
acostumbrada por siglos 
a las plegarias y súplicas,  
no se conmueve y calla.
Tras una ventana abierta,
en esta noche de verano,
el insomne siente el anónimo dolor.

Aunque se pinta de azul y nubes blancas

 Aunque se pinta de azul y nubes blancas
un mismo cielo
y las horas recorren el mismo reloj
con sus rápidos segundos,
aún el cuerpo se resiste,
busca la mirada en otro horizonte
el recorrido acostumbrado.
Aquella luz de las mañanas,
los dulces atardeceres,
las penetrantes sombras 
trazadoras de perfiles y tinieblas 
y esa aura mística entregada
por la claridad fingida
de unas farolas, 
penetrando los secretos 
de los gruesos muros.
Ay, la noche oscura,
su profundo silencio
contenido de tantas voces.
Recuerda el alma los sonidos
con otros ecos,
resuena con engaño por los espacios 
un lejano tañer de campanas,
dibuja en la memoria
el alborozo que levantaban en el aire
las asustadas palomas.
Qué ausente de ellas se halla
la mirada.
Dos solitarias  a lo lejos,
picotean la hierba 
a trozos verdes, a trozos quemada
por el ardiente sol 
de caduco verano.
Tienen su nido en el hueco
de un alto ático, 
revolotean rodeadas de gorriones 
y otras aves anónimas.
Saben igual los guisos 
que en otro fuego hierven,
alimento de bocas con la misma hambre.
Tendrán que aprender los pasos 
al ritmo de gotas de otra fuente sonora.
Qué tormentas desplegarán las alas 
de las nubes 
y vendrán a sembrar de charcos
esta tierra.
Abriré las pupilas en esta oscuridad
hasta que se compriman 
en una clara imagen.