Observar, mirar atento,
ensimismado, una hoja,
un insecto, una nube de pájaros,
un anónimo transeúnte
es intimar con el profundo secreto
del universo.
El fugaz encuentro sensual
traspasa los propios sentidos,
para introducirte en el útero del orbe
flotando en su líquido amniótico.
A punto de rozar tu simple entendimiento,
los rasgos del rostro de la vida,
ocultos tras una postiza máscara,
se esconden.
Un fragor, el esplendor
de un instante mágico,
y el bullir de una realidad domesticada
te expulsan con bruscas sacudidas
del embrujo de aquel silencio,
donde a punto estabas de rozar la verdad.
Es como estar dentro
de las entrañas del ser puro
y nacer con parto doloroso,
retoño desvalido,
faltos de algo,
faltos del maternal amor,
de la protectora eternidad.
Brotes de un jueves
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