Llené mi casa con rejas
y cerrojos,
fijé a las paredes los muebles,
puse entre algodones
lo de más valor
para descubrir que nada
será para siempre.
Miro hacia el ocaso
y me recreo en sus puros contrastes
de rojos, azules y malvas,
los rayos que aún se resisten
a ser tragados por las sombras.
Siento su belleza eterna
aunque sé que fugaz.
Inadvertida,
llegará la oscuridad de la noche.
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