Sueña el recién nacido
con el apretado abrazo del útero,
el cobijo cálido de su regazo,
con los ecos profundos de un universo
cercano aunque foráneo,
con las voces y los sonidos
que le custodian.
Somos fetos en el vientre del cosmos,
¿qué ecos nos llegan?,
¿qué entorno nos habla?,
¿qué madre nos protege
y nutre?,
¿qué misma sangre recorre
las venas y órganos?
Sentimos la necesidad,
una vez alumbrados,
de buscar la leche de su teta,
de oír el latido reconocido,
la dulce y melodiosa voz
que nos cantaba una nana.
Inocentes ante este enigma,
anhelamos siempre la memoria de su refugio
el amparo para nuestros miedos,
el abrazo que nos conforte y tranquilice,
el recuerdo de un perdido equilibrio.
Volver a fluir ligeros
en su armonía y amor.
Volver al hogar
del que fuimos expulsados.
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