Compañera del alma (I)


Es, a veces, ridícula,
a veces dantesca,
solemne,
anónima.
Unas, sobrevenida por enfermedad,
otras, sin respeto a la buena salud,
precipita los cuerpos al vacío.
De un segundo a otro hace pasar
de la fortuna al infortunio.
Por mano ajena o propia,
algunos se saltaron el turno
que ella preveía.
Por presentarse temprana,
algunos se convirtieron
en mitos o héroes,
glorificados por una proeza,
hechos leyenda o dioses
de una religión.

Cuántas veces cayó sobre
los intachables de conducta,
antes que acabar
con crueles asesinos.
Otras veces inadmisibles,
maldecidas,
lloradas por todos
o sin una lágrima de nadie.
Unos, recordados con admiración
durante largo tiempo,
otros, odiados por siglos,
demasiados olvidados.
Compasión despiertan
sus víctimas inocentes,
hasta envidia sembraron
en muchos corazones
las honorables despedidas,
agasajados con gran boato
y luctuosas ceremonias.
Bien contentas dejaron a sus estirpes
aquellos que partieron
y les dejaron su riqueza.

Casi nunca deseable,
si acaso aceptada y confortadora
para quién llegó a ella
cargado de años,
en su cama, rodeado de los suyos.
Triste la del infante,
incluso el no nacido,
pues ya prendía en el seno
la llama de la vida.

Todos comulgan de ella,
en el mismo instante
frente al tiempo infinito,
aunque en nuestro cronómetro
vayan, unos de otros, tan alejados.
El suelo tiembla bajo nuestros pies,
las certezas se desmoronan
al verla de cerca.

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