A veces es como si
se hubiese
apagado la luz de la
habitación
y en la oscuridad
creyeras
que el mundo ha
desaparecido.
Percibes algo
cercano a ti,
pero es entonces
aún más grande
la negrura que te
rodea.
A veces es como si
el cielo
hubiera perdido su
intenso azul
que los días
nublados fueran continuos
y no rompieran en
lluvia
las negras nubes,
aunque sólo fuera
para limpiar
el aire que
respiras.
A veces es como si
existieras
en el mismo vacío
y caminaras por un
espacio
extraño,
donde nada
reconoces.
Casi inaudibles, te
llegan las palabras
que sólo parecen
ruidos.
A veces intuyes el
fracaso
de tu contento,
pues sabes que la
felicidad
es intentar hacer
un puzle donde
siempre
faltan piezas.
Es una sed que no se
sacia
si no dejas beber a
otros
del mismo vaso.
A veces olvidas
que son necesarias
las ilusiones,
creer alguna
mentira,
como confiar que el
sol siempre sale,
soñar que las cosas
son posibles,
y que, para lo
imposible,
están los milagros.
A veces es como si
tuvieras
que aferrarte
a una fe ciega,
apretar con fuerza
en tu pecho
la esperanza
y esperar
y esperar
y esperar,
con los ojos ávidos
de horizonte
en busca
de alguna señal de
promesa.
A veces sabes que es
un privilegio
sentir en esta
ceguera
el tacto y olor de
alguien
que camina en el
mismo laberinto.
A veces es como si
al despertar no
supieras
si aún duermes y te
hallaras
dentro de su mundo
caótico
donde se hubieran
roto
todas las normas
y convivieran sin
respeto
lo adecuado y su
contrario.
No hay dios en los
sueños,
solamente demonios y
monstruos
y, a veces, pocas
veces,
una luz infinita
llena ese oscuro
territorio,
nos inunda su fuente
de amor
y sentimos la
plenitud eterna.
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