Lástima


Triste es nuestro caminar
que lamenta tras los obstáculos
de nuestro recorrido
no haber demorado el descanso
allí donde el paisaje
nos ofrecía lo más bello.


Menospreciamos el caudal
de aquel río, seguimos
la ruta con paso rápido,
ansiosos de llegar a una meta,
llevados a ciegas por un impulso,
que impone seguir el trayecto
sin pausa, ignorantes del valor
de lo que abandonamos
por la urgencia de la conquista
de un prometedor futuro incierto.

Demasiados ramajes y arboledas
nos hacen subir a la cima,
buscar en el horizonte
hacia dónde dirigirnos,
y olvidamos el disfrute del entorno,
saborear los frutos de esa tierra
entretenernos en su deleite.

No vayamos a marchar pensando
que, a la vuelta, aún
estarán pendidos en sus ramas
y encontremos sin hojas
el árbol que hacía sombra en el recreo.

La vida con los años
nos reconfortará
si en cada estación
aprovechamos su cosecha,
riqueza que la fortuna
prestó por un tiempo.
Es el fin de nuestro existir
no la muerte, ni alcanzar
ningún reto marcado,
sino tomar con los brazos abiertos
los presentes
que ligeros marchan,
sujetos al caduco devenir.
Andar por esa senda
con los sentidos atentos
y despierta la razón,
aprovisionar las viandas
que serán el alimento preciso.

Puede que mañana echemos de menos
aquello que dábamos por sentado,
y esperábamos no faltaría
por todo el territorio.
Ignorábamos las dificultades venideras,
el árido terreno que esperaba.
Tarde lamentaremos tan gran descuido.
Lástima.
Ahora ¡cuánto añoramos
aquel cálido remanso,
generoso se ofrecía sin precio!

Queremos hoy agotar esos víveres,
dedicándoles todo el tiempo,
ese, que cruel anuncia
que ni retorna ni se dará
mucho más de regalo.

Lo perdido no tiene ya remedio.
Lástima de este engaño.

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