Nuestros miedos

Nace nuestra conciencia
al miedo,
rompe la ingenua mirada
del infante
desde muy temprano.
Lo despiertan pesadillas
con horribles monstruos
de una eternidad cósmica.
Pronto advierte el peligro,
siente el vértigo de la muerte,
es una proclama luminosa
en nuestras
noches de insomnio.


    * * *



Tras tu ventana, el reclamo
de su letrero fluorescente
no permite el descanso
en tu ánimo
y arrastra sus ruidosas cadenas
descalabrando tu orden,
dejando caer a la tierra tu cielo.
Entre sudores fríos se despierta
el cuerpo aterido
para un día no volver del sueño.

No es la muerte
tu gran enemigo,
aunque la certeza de su asalto
no es amenaza vana.
Sin ser mentira su intención,
te permite alguna tregua,
retazos de felicidad fugaz.
Ataca por sorpresa
aunque anuncie su visita.
Uno cree poder esquivarla
con la excusa de tener que ocuparse
de otros asuntos,
pero ella, al final, inoportuna
llamará a la puerta.
Ella es la gran dama
que todo el mundo
obedece y odia
y a la que algunos
suplican su consuelo.
Más tarde o temprano,
terminas por ceder
a su pertinaz propósito.

Nunca espera, no lo dudes.
El beneficio que te concede
es a su capricho,
la cita la pone ella,
hora y lugar.
No huyas, es la sombra
que te pisa los talones.
Tampoco pienses que te acercas,
va contigo de la mano.
Hacer tratos es absurdo.


* * *

Pero hay un temor más grande,
infinito y cercano,
aún más tenaz que la muerte.
Pasa desapercibido si le interesa,
o se vuelve encantador anfitrión.
Sin pretenderlo, acapara
la atención de todos.
En la pista de baile,
sabe llevar los pasos,
conoce muy bien la coreografía,
giros y saltos, volteretas y pausa.
Su porte es elegante,
su trato educado,
cuida los detalles al milímetro.
Si te dejas llevar,
sumergido en su abrazo
te hará volar por los espacios infinitos.
A veces, te permite la calma
para que saborees el instante,
mientras otras te atusa
con voraz urgencia
y sin freno te conduce
su impaciente anhelo
por una empinada pendiente.

No son éstas sus maneras
sino la opinión que le atribuyen
las malas lenguas de los hombres.
Molesta su tarareo impertinente,
su voz cansina y monótona,
el tamborilear de sus dedos
sobre nuestra mesa,
el crujir de sus zapatos.

Dicen muchos que es un tipo vanidoso,
que se vanagloria
de tenernos en su anzuelo,
que siempre nos recuerda
el pasado perdido.
Que no tiene respeto
a nada, ni a nadie
y nos roba el presente,
haciéndonos caer
en la ilusión de un falso futuro.
Nos llegan rumores
de que ostenta sus riquezas.
Es un prestidigitador
de poca monta,
con torpes trucos.
Nos tiene pendientes de un hilo
su continuo eco.
Es comensal que nunca paga,
seductor que alardea
de sus conquistas
y de ser el mejor amante.
El típico que después
de hacerte el amor
se duerme y, encima, ronca.


* * *

Todo esto son habladurías,
no le echemos la culpa
de nuestros pecados.
A pesar de estas calumnias,
él intenta ganarse nuestro amor.
No son traidores sus afectos
sólo quiere ser melodía
en nuestro caminar.
Por eso debe ser nuestro temor
no la muerte, sino el tiempo
ese que la humanidad dibuja
en su línea implacable.

Él estará presente
incluso cuando emprendamos
nuestro largo y último viaje,
no para decirnos
con el pañuelo adiós,
pues él será compañero silencioso
en este trayecto eterno.
Sin embargo, no ignorarle
debía ser nuestro mayor cuidado,
tenerle el respeto que se merece
más que a la muerte misma
y no porque sea vengativo.
Él es el que es,
no oculta con máscara
su rostro,
ni engaña con su sonrisa.
Mienten aquellos que piensan
ser sus labios de agujas.
Su verdad es cristal transparente
sin números, ni arena, ni sombra,
ni esfera de pendular constante.
Hay que saber mirar
en la profundidad de sus ojos.

Es error de nuestro propio engaño,
querer hacerle trampa
al que no sólo conoce
este juego de la vida
sino que creó sus reglas
y siempre saldrá ganador.
Su honestidad no tiene límites,
no hay razón para la desconfianza,
es un fiel amigo,
desea lo mejor para ti.
Mas debe ser escuchado,
que su deseo sea el tuyo
y veas el claro reflejo
de su estanque.
Recréate en el rumor de sus aguas,
mira atento su belleza,
siente su líquida superficie,
atiende a su palabra
de armonioso sonido,
que sincero te advierte.
Que no te pierda el temor,
danza al compás de sus segundos
y recorre bajo su tutela,
los paisajes por donde te lleve.
Entre tus manos cobíjalo,
sean ellas el refugio
que promete su regalo.

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