A la casa abandonada en el campo
solo le quedan en pie los muros.
Sin su tejado la lluvia
ha creado un jardín frondoso.
Desde la distancia parece
una bonita maceta
con hojas verdes, muy verdes.
En tan pequeña selva
qué gran cosmos,
guarida de culebras se enredan
por sus tallos
hacen laberintos bajo la tierra
musarañas y conejos,
colonias de hormigas
y otros insectos,
bandadas de pájaros,
hermosas mariposas
que parecen pétalos de flores.
¡Qué paraíso estas ruinas
para estos seres!
¿En qué infierno arderán
aquellas almas?
A la casa abandonada en el campo
Un día una madre bajó del altillo
Un día una madre bajó del altillo
del viejo ropero
un vestidito de niña,
blanco con volantes de organdí.
Esa niña se reconoció en un foto,
sentada sobre una piedra de la playa
con aquel hermoso vestido.
Al verlo ahora tan pequeño,
descorazonada, miró a la madre
con tristeza y le preguntó:
mamá, ¿por qué ha encogido?
Tiene este dulce atardecer
Tiene este dulce atardecer
los colores tiernos de nubes mullidas,
con promesas de un todavía fuego,
que poco a poco se convierten
en ascuas frías de noche.
Aún la luz enciende en su albor
llamas incandescentes de color púrpura.
Por qué nuestros pasos siguen el desfile
¿Por qué nuestros pasos siguen el desfile
de las hormigas
trepando por el pentagrama,
una detrás de otra dándose el pie?
Acaso, ¿no fue mejor repetir
los trinos de los pájaros
y aprender con la danza de sus vuelos?
¿Por qué llevamos el zumbido
de las abejas
pegado a nuestro eco,
afanados en la rutina,
si nuestras celdas no tienen miel?
Debimos ser aves migratorias
que van ligeras de un lugar a otro.
¿Por qué cargar con tanto peso?
Así, ¿quién puede volar?
Uno a ratos largos olvida remotas emociones
Uno a ratos largos olvida remotas emociones,
quedan en letargo en la oscuridad de su cueva,
silenciosas, ocultas.
Entonces uno habla de cosas estúpidas
y añora una libertad imposible, increada.
Sin percatarse, desprevenida,
entra al alma una corriente
de agradable brisa de primavera,
cargada con los aromas de aquellos pétalos
y de hierba húmeda por el rocío
brillante bajo los primeros rayos del sol,
como esquirlas de un cristal
sobre un manto de nieve verde.
Y, !ay! penetra con fuerza arrasadora,
descontrola todos los sentires,
muda la memoria hacia el pasado.
¿En qué momento se volvió huracán
aquel airecillo débil
que tumba este firme edificio,
derriba su fortaleza
y abandona desparramados por el suelo
sus trozos rotos?
Son montañas nevadas estas nubes
Son montañas nevadas estas nubes
del horizonte,
de cimas blancas, tan altas y tan lejos.
Estas nubes hacen blanda cordillera
en el cielo azul.
¿Cómo subir su ladera y alcanzar la cumbre
para tocarlas con los dedos?
Estas palomas
Estas palomas, ajenas a todo este ajetreo mundano, están más cerca del cielo que este bullicioso aire sobre la tierra.
Hay redoble de tambores, dulces clarinetes y trompetas metálicas. Van de la mano y al mismo paso fe y fiesta. Los niños juegan con su habitual aire distraído sin importarle si se escapan los momentos, no se aferran como sus mayores, temerosos de perderlos de vista para siempre como nubes en el horizonte. Por eso, con sus móviles en alto, son los ojos que no olvidarán. Va uniéndose a la muchedumbre más gente, apiñadas en un engrudo indefinido de color pardo, afincadas al filo de las aceras para ver desfilar el cortejo de imágenes sagradas y las penitentes almas. Hay mujeres vestidas de negro de los pies a la cabeza y nazarenos de oro y grana, una cohorte de cofrades y clérigos con sus hábitos blanco y púrpura. Va la comitiva con cirios y farolillos con llamas titilantes, cargan a pulso estandartes, cruces de madera, bastón de mando y suenan las campanillas en los varales del palio. Abajo, ocultos por el paño, cargan el trono los costaleros. Cuerpo con cuerpo aportándose calor frente al viento gélido de la noche. Vivos que adoran la muerte con ansias de vida.
Sobre una teja la inocente paloma está ausente de ese caos, con su pico metido entre las plumas del pecho, indolente, flemática, abullonado su plumaje para darse abrigo en este moribundo atardecer que se aproxima al ocaso. ¿Qué le importa este bullir del fondo si ella solo escucha cómo se arrastran los pies de las sombras y qué soplos apagan las velas del día para entregarse a las profundidades del sueño?
Recorrí tu costa de levante a poniente
Recorrí tu costa de levante a poniente,
me bañe en tu mar esmeralda y turquesa,
me doré con las arenas de tu playa,
jugué con tus olas de espuma de nácar.
Hice un pozo y escondí mis tesoros,
abandoné en tus aguas mis lágrimas
y dejé con tu rumor
enredadas mis risas de inocencia.
Con estos verbos construí mi humilde barca
y fui a la aventura
a buscar en su horizonte otros territorios
como hicieron mis ancestros.
Aquí retorna el ave migratoria
Aquí retorna el ave migratoria,
el nido abandonado en otoño,
al volver cada primavera
lo encuentra sin el calor del hogar.
Las hojas y el barro seco,
endurecido por el sol del verano,
se impregna cada año de polvo.
Aún permanece la paja en los lechos
donde dormían las crías
con sus abiertos picos en reclamo.
Al abrigo de la piedra protegía sus tesoros.
Hoy, al volver con la mirada cansada,
encuentran su casa tan vacía.
Volaron los polluelos a otros cobijos
y dejaron impreso en las paredes
el olor de sus cuerpos.
Esta casa habitada de olvidos y añoranzas
se llena de ausencias y silencios.
Juntan sus alas estas aves para darse abrigo.
En la soledad buscan amparo,
vienen los días fríos y hacen escarcha
las noches,
Cada año llega más pronto el otoño.
Fuimos los olvidados
somos los olvidados,
seremos los olvidados.
Acaso, ¿quién recordará la hormiga
ahogada en una gota de lluvia?
¿Qué hace que uno se sienta de un lugar?
¿Qué hace que uno se sienta de un lugar?
Porque no basta nacer
ni tener el arraigo de la sangre.
No es menester tampoco
la cordial amistad de años,
ni siquiera los rostros reconocidos
por la calle.
¿Qué hace sentirse de un lugar?
Tal vez, la soledad amiga,
los aullidos de perros en la noche,
la herida que nunca cierra,
los zapatos odiosos,
la sonrisa que busca un abrazo,
el amor o desamor aprendidos,
sus cadáveres.
¿Qué hace sentirse de un lugar
cuando no se siente de ninguna parte
y el alma extraña el cuerpo que habita
como el ermitaño la caracola que no le pertenece?
¿Cómo encontrar entre las tinieblas
de la memoria
y las orillas de los presentes
ese huidizo paraíso?
Aunque no todas las infancias
Aunque no todas las infancias
son felices,
todas tienen una sonrisa en los labios,
brillo en los ojos y luz en sus sueños
mientras juegan.
Pero, ¿qué corta la niñez y su inocencia?,
¿cuán largo el desengaño y su agria malicia?
En aquella mirada pura
estará siempre
la belleza del mundo.
Si soy poeta, me preguntas
Si soy poeta, me preguntas.
Te diré: si poeta significa pulir
la roca hasta extraer el diamante,
te contestaría con un no rotundo.
Si me dices que bastaría con sacar
alguna vez brillo a las palabras,
entonces, tal vez lo logré.
Cuántos días con la urgencia de la rutina
interrumpida entre una obligación y otra,
extrayendo trocitos de tiempo
de las horas, componía un mosaico.
Cuántas veces quedaron esas criaturas
tal como fueron paridas, sin limpiar
la grasa que les cubría.
Movida por la urgencia de dejar
salir de mis entrañas y pasadas rápido
por la razón,
ajustaba el sentir al pensamiento.
Buscaba debajo de su coraza,
el cuerpo carnoso que ocultaba
y cuántas veces mordí solo hueso.
Te diría entonces, con el alma en la mano,
que, si quise entrar en tan oscuro bosque,
nunca lo hice con miedo,
aunque sí protegida con las adecuadas armas,
no fuera que, por ir al paraíso,
me encontrara con el infierno.
Si todo este camino lo recorren los poetas,
yo soy uno de ellos.
De todo hay en este patio de colegio,
donde unos pretenden jugar a ser eternos
mientras otros se afanan en tocar tierra
y levantar su propio mundo.
Hay tiempos con distintos sabores
Hay tiempos con distintos sabores.
Qué dulces estos que traen
la melodía de una canción,
tan llenos de promesas,
nada malo podía ocurrir.
Qué hermoso el mundo,
qué lujuria de bellos colores,
qué cielo más azul,
qué ensueño estos jardines,
qué orgía de trinos hay entre las ramas
de estos árboles.
¡Cuántos placeres promete este espejismo!
Va expirando la claridad
Va expirando la claridad
en este atardecer traslúcido
cubierto de un gris diáfano.
Se alargan las horas del día
que saborea el dulce almíbar
de la festiva primavera.
Lamen las sombras la luz de un sol
oculto tras las nubes
y se perpetúa el ajetreo por las calles,
va la gente con ansias de vida.
Este maravilloso tiempo de un aire
cargado de aromas a tierra ardiente
germinado de semillas.
Al caer la noche aún seguirán
en la plaza los niños jugando
y los viejos disfrutará de sus conversaciones
sobre sus achaques y sus trabajosas rutinas.
Agotarán los minutos antes de volver
a sus hogares.
También se rejuvenecen
tras pasar un largo invierno
recogidos al abrigo.
En estos ojos cerrados
En estos ojos cerrados
se bañó un infinito cielo
con rayos de luna.
Dibujó estrellas en el mar
y perlas de rocío
vestían su prado verde.
Brotan flores de papel
sobre una tela de araña,
ramas de este tronco de piedra.
La madre recoge al hijo muerto
La madre recoge al hijo muerto
descendido de la cruz.
Lo recoge a su regazo
al igual que al nacer.
Entonces recibió al niño
que se hizo hombre,
ahora acoge con dolorosa
devoción al hijo resucitado.
Ese cuerpo que fue su hijo
para vivir la eternidad.
Recorre caliente la sangre
Recorre caliente la sangre
al abrigo del lecho,
late el corazón bajo las mantas.
A una mano le vence el sueño,
sin tacto desaparecen masa y volumen
y el blando colchón que la sostiene
será líquido tabique que se traspasa
sin encontrar fondo ni tope.
Queda la conciencia sin agarre,
confundida de sus límites.
La densa niebla oculta el campo
y su cosecha se pierde,
el humo cubre el horizonte
y la mirada se desorienta.
Las nubes ocultan el azul del cielo,
la esperanza duda
si volverá el sol a lucir mañana,
cuando el viento con su furia
las hagan huir humilladas al exilio.
Sensible son los andamios
de esta estructura levantada con argamasa falaz.
Con un dedo se derrumba,
Y entonces, si esto ocurre,
¿dónde habitarán razón y alma?
Son los mismos muros
Son los mismos muros
y nosotros hemos cambiado tanto.
Esas altas columnas nos dieron sombras
en una tarde perdida de un lejano otoño.
De no ser por el instante
que grabó la luz que en el lugar habitaba,
tal vez, sería olvido o nublada memoria.
Han crecido los años
como altura en sus huesos
mientras estos se reducen a polvo.
Son los mismos muros
¡tan jóvenes aún!
y nosotros tan viejos.
Han florecido los naranjos
Han florecido los naranjos
y esparcen en la noche
su dulce aroma a azahar.
Comienza la orgía
de la primavera.
Ronda por el cielo multitud de aves
y, en las mañanas,
un fluir de gente
recorre con sus miradas curiosas
los vetustos monumentos.
Ay, qué sola está la fuente
cuando las sombras la rodean.
Brilla como una diosa
y vierte por su boca
la transparencia de sus palabras.
Es su brotar canto que arrulla
a las palomas entre las ramas dormidas,
y entrega sus secretos más íntimos
al corazón del poeta.
Son sus gotas brillantes perlas de nácar,
en la noche serena su presencia
es un gozo para el alma.
Con este ligero día
Con este ligero día,
qué pesada tarde.
Con estas horas,
cuántos años huyeron al exilio.
Este presente y sus segundos
efímeros
vuelve a recoger en un saco
roto
su tiempo líquido.
Y si todo aquello que fue,
ya no existe,
cómo tener la certeza
de que un día fuimos.
Dios de las escalas del infinito
Dios de las escalas del infinito,
ecuación sin solución,
incógnita irresoluble.
Dios, que supedita al hombre
a levantar un Padre Omnipotente,
un Creador Supremo,
con el ingenio de sus palabras,
metáforas, razones,
miedos e ignorancia.
Necesario para sus dudas y vacíos,
para su pequeñez y su fragilidad.
Dios, al que ponemos nuestras características,
Dios hecho a imagen y semejanza del hombre
por la cortedad de nuestra inteligencia.
Vestido de grandeza insuperable,
esconde bajo su túnica
el gran secreto de la existencia.
Y este Dios, ya nombrado,
tejido de luz,
qué mediocre resulta siempre
bajo nuestra mirada.
Con ruda roca esculpimos tan pobre imagen,
la mejor obra posible
levantada por nuestras manos.
Dios y su paraíso para dar respuesta
a la muerte,
para satisfacer la incomprensión
la justificación de lo fortuito,
la insensatez de no tener causa visible,
la injusticia de la vida,
su dolor, pobreza, maldad
por la redención del sufrimiento.
Este insignificante ser que sueña
con ser como Dios,
dominar la tierra y sus confines,
alcanzar las alturas del universo,
acaparar bajo su mando
entre sus cortos brazos
el imperio cósmico,
la inmensidad de lo eterno.
Dios, cómo dirigirme a ti
con la escasez de mis palabras
y la imaginación torpe,
sumisa al bagaje que carga mi cerebro.
¡Qué humanidad ilusa,
soberbia de estar en la cima
de la jerarquía animal!
Dios, ¿qué nombre darte
que no contenga las letras
de un abecedario?,
¿qué calificativo que se ajuste
al perfecto sustantivo?,
¿qué don otorgarte y no errar?
¿Cómo dialogar con mis palabras
y tu silencio,
con tu suspiro inaudible?
¿Con qué ojos ve este Dios
y qué orejas nos escucha
si su enigmática sustancia,
aunque hecha del mismo polvo,
hace descomunal su tamaño
y sus geometrías perfectas?
¿Cómo obtener la Única fórmula
con nuestros números?
¿Cómo crear con esta materia endeble
tan perfecto diamante?
¿A qué Dios rezar?
¿En qué vasto territorio
tiene su casa,
de qué país de Jauja
será único habitante?
En esta silla se sienta el silencio
En esta silla se sienta el silencio
y espera.
Sin confianza y distraída,
la vida le pasa por delante.
Hay más sillas repartidas por la casa
pero no tiene piernas adecuadas
para caminar hacia ellas.
Su posición en una esquina
le permite tomar algunos rayos de sol,
sin embargo, no puede evitar
que estos además de darle cálidos abrazos
también borren poco a poco
el brillo de su barniz.
Ella misma se consuela
meciéndose con ayuda del aire
que entra por la ventana
y soporta estoica la intemperie
de la tristeza de un abandono.
No permite ya que su balanceo
murmure decepción ni reclamo.
Hace tiempo que perdió la esperanza
y con ella se marchó el afán
por lograr una explicación.
Retiene en su frío cojín
el resentimiento de aquel cuerpo
que nunca con ella se sinceró.
Este pueblo de obispos y beatos
Este pueblo de obispos y beatos
tiene rostro de nobleza y orgullo.
Entre muros robustos, la piedra
rodante resiste los pasos del tiempo.
Tierra de campos y colinas,
donde lo verde siembra frutos maduros,
gula de vientres hartos,
semillas para hambrientas bocas.
Luz de un cielo azul, nubes blancas,
fuente sonora, sagrados cipreses,
templos profanados
y melodías de campanas.
Altos vuelos de aves
y, a ras del suelo, sus sombras.
Horas de tantas voces
y solemne silencio,
horizonte de sueños y promesas,
muralla de tejados por donde caminan
las palomas con sueños de libertad.
Sin corona de oro,
se alza humilde su cruz pétrea,
aspirando lo eterno.
Tus razones no son mis razones
Tus razones no son mis razones
y con mi razón a Tu razón no llego.
Quizá no sea cuestión de lógica
la Verdad absoluta,
dilucidar con tan torpes palabras
lo irresoluble.
¿Cómo ganar en fuerza con la pelusa
al Polvo cósmico?
Los cristales de nuestros ojos
no soportan la Luz impenetrable,
ni llega a nuestras orejas
la voz de la Certeza rotunda
indisoluble, indivisible,
eterna, divina.
Para nuestras manos innobles,
¿qué dedos podrán rozar siquiera
la eternidad inefable?
El mundo sin sentidos no existe
El mundo sin sentidos no existe.
¿Acaso le duele a la sombra
de este cuerpo las pisadas,
sangra si la golpean,
coge frío bajo la lluvia,
teme en la solitaria calle
el vagar de las ánimas?
No mata la bala homicida
la silueta sobre la piedra de la paloma.
Mientras la sólida materia
se estremece por los aullidos de un perro
en el silencio de la noche,
¿qué le importa a las alargadas sombras
que rondan las farolas
sus malos augurios de muerte?
No podrán clavar sus colmillos
en su sustancia de aire,
no llevarán prendidos sus despojos
entre las fauces.
Solo el rayo penetrante la devora,
la destruye, la convierte en haz de polvo.
Ausente, suspendida por un tiempo breve,
volverá a caer su leve peso sobre la tierra.
Exiliado de un país sin nombre
Exiliado de un país sin nombre,
caminé desiertos,
navegué océanos,
me perdí por oscuros bosques,
llegué a verdes valles,
rodeé montañas,
atravesé ríos,
encontré aldeas,
y me hice a sus costumbres.
Llevo en el alma su vacío
y retumba en mi corazón
el eco de su amada voz.
Me siento extranjero allá donde voy,
sin encontrar los contornos
que contenga la imagen
guardada en algún lugar de mi memoria.
Pienso que tal vez, fue un sueño
ser habitante de un paisaje que no existe.
Con el tiempo dudo y pierdo la fe de encontrarlo.
Esta aventura sin meta ni retorno
es un odisea para dioses
pues adónde ir, cómo buscar sin mapa
el hogar que un corazón añora
y la razón no acierta a orientarse.
En la nada, ni piedra ni arena
En la nada, ni piedra ni arena.
Y, sin embargo,
sobre su vacía sustancia
se levantan infinitos universos.
La casa del ayer es extensa y tiene
La casa del ayer es extensa y tiene
pasillos laberínticos,
sus numerosas estancias
adquieren una atmósfera brumosa.
No hay cortinas en las ventanas
ni balcones sino ligeros visillos de tul
que dejan entrar una claridad traslúcida.
En los días de viento se agitan
como velos de novia,
mostrando su rostro pálido
y melancólico.
Entra el aire con ímpetu,
desordena las íntimas enaguas de la memoria,
levanta un oleaje de instantes
por aquel desolado lugar.
Brotan cascadas de pensamientos
y torbellinos de nostalgia.
Al colarse por los resquicios
aúlla una manada de lobos.
La fresca brisa de la primavera
siembra sus espacios con trinos de aves
y pétalos de flores.
A aquellos recovecos oscuros
regresa una luz perdida.
En su soledad rondan ecos
de risas y llantos.
Hay días que el sol entra a hurtadillas
y rompe la penumbra
instalada por los rincones.
Ilumina hasta lo más profundo
y dibuja claros reflejos,
perfila esquinas y resalta detalles,
allí donde dejó el tiempo su paso.
De sorpresa el alma se conmueve
y se regocija.
Mientras los ojos se recrean por los cuartos,
pasea por un cementerio
donde antes palpitaba la vida,
encuentra objetos abandonados,
desvencijados muebles,
fotos con los cristales rotos.
Ha entrado el sol a raudales
y alumbra un bello recuerdo.
La vida pasa muy rápido
cuando se mira el trecho cruzado.
Contábamos las horas, los días,
los meses, repetimos rituales
y negábamos el vértigo de su velocidad.
Al mirar aquel sendero remoto,
qué apretado se ve todo lo andado,
qué fugaz fue aquel momento concreto.
Qué ingenuidad la nuestra,
soñar con esa casa siempre intacta.
Nada de lo que se abandona
resiste el deterioro del tiempo.
Pensábamos, acaso, que el frío y el calor
el viento, las lluvias,
el relente de las noches
y los ardores de los veranos,
el polvo, las hojas secas de los otoños
arrastradas hasta su interior,
no iba todo a desconchar las paredes,
acumular lodo y telarañas,
desvencijarse las ventanas
y romperse los cristales
con los granizos y las piedras
tiradas por el loco por simple placer.
Esta casa ya no es habitable.
No podremos pernoctar alguna noche
que vayamos de paso.
Podremos recorrerla con cuidado,
no se desprenda algún cascote
del techo, se nos clave alguna
astilla de la vieja madera
de los quicios.
Tendremos que pisar con tiento
y salir pitando si hicieron nido
alguna travesura de ratas.
Pero, esta casa, es nuestra casa,
aunque no podamos evitar su decadencia.
Siempre quedarán sus estancias,
sus muros levantados,
su estructura firme,
aún sin ver bien en sus salas oscuras,
y perder el calor del hogar apagado.
Impresa y comprimida está su esencia.
Nuestra casa y sus olores van con nosotros,
aunque se cocinan otros guisos
que volarán a un apagado fuego.
Desde la distancia nuestra casa
parece aún más grande, pero diluida
como un espejismo en la bruma del aire.
Cuán pronto envejecen los instantes vestidos
con nuevas telas.
Ah, nuestra añorada casa de un anterior cobijo.
Tú sabes igual que yo que quererte atrapar
es una encarnizada lucha
por dar final feliz a una tragedia.
Pasamos rápido este bosque
Pasamos rápido este bosque
de apretada arboleda.
Desde este presente reconocemos que
fue arduo el camino
y ¡qué largo parece!
Creímos entretenernos en los detalles,
estirábamos los relojes y no vimos
el correr de los calendarios.
Ahora todo aquello se junta en un suspiro leve.
Hay tramos oscuros y abiertos claros.
Cuando el ramaje hace reverencia al cielo,
penetran en avalancha los rayos del sol.
Las hojas, antes pardas, tornan en verde brillante,
se enciende un resplandor diáfano,
albor de niebla, corona lunar,
día en la noche.
Cae desde el cielo una lluvia
de estrellitas amarillas.
El aire adquiere una cristalina transparencia
y el paisaje recobra su grandiosa belleza.
Lejos quedaron los temores,
las trampas y su gélida atmósfera.
Se esconden asustadas las sombras
tras los troncos con miradas esquivas.
Dios es compasivo, rasga la oscuridad
del denso bosque y vuelca la luz
de un firmamento infinito.
Mirarlos aún protegidos por la inocencia
acogidos en sus tiernos brazos.
¿Cómo mirar esa foto y no sentir
nostalgia de aquel ayer,
en el que el tiempo borra sus perfiles
y no deja olvido del dolor
por la muerte constante
de lo bello?
No sé qué les ocurre a los relojes
No sé qué les ocurre a los relojes,
qué prisa les ha entrado,
van sus frágiles segundos
y sus lacayos minutos con tal urgencia
que parecen ser ellos los que tiran
de las agujas como bestias de carga.
Sería una distracción para un hermoso baile
su rítmico tic tac,
pero saltan por sorpresa las alarmas
azuzando tus pasos.
No es un juego esta carrera.
Como engarzados vagones de un tren,
va una semana tras otra.
Cruza por delante de tu vista el tiempo
con rabiosa premura por llegar
no sabemos a qué destino.
Sus ruedas levantan una nube de polvo,
te envuelve y arrastra con violencia.
A veces, me gustaría desprenderme
de este caudillo justiciero.
¡Ah!, pero están los ruidos de una rutina
separando los espacios,
obedeciendo su determinante orden.
Colabora un sol que pasea por el horizonte,
sin hacer pausa ni día ni noche.
Son mis párpados muselina
y mis ojos se acostumbran
a un paisaje difuminado
donde los detalles se dispersan y pierden
en la atmósfera del horizonte,
lienzo salpicado de manchas
de distinto grosor y tamaño:
los días, comas;
las semanas, punto;
los meses, dos puntos de serie de calendarios
por punto y seguido separados.
La vida, puntos suspensivos
con monotonía de horas.