Murió el ciruelo,
ese que, valiente,
mudó de tierra y de cuidados sabios
por el abandono,
sujeto a las lluvias
y torpes manos.
Murió el ciruelo
que tuvo la osadía
de sobrevivir a tu carne.
Ahora también es seca corteza
como tus huesos.
¿Qué viento rompió sus ramas,
qué sierra cortó sus venas,
desangró su cuerpo
y cubrió su piel
con el ámbar de la muerte?
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