El alma tiene memoria y salta
como estos pajarillos inocentes
de cualquier malicia.
Busca el placer de existir sin más,
sin interrogantes ni dudas, vivir
en plenitud su impulso.
Vuela también esta alada alma,
lleva reflexiones y recuerdos entremezclados,
algo de dolor, muchos sueños,
alguna decepción, asumida conformidad,
calma ya sin límite.
La sal de un mar sobre su piel,
el frío de las noches de invierno,
la acogedora soledad en su celda.
Risas y tristezas dieron sus pasos cortos,
la alegría siempre es compartida.
El gozo es íntimo.
Gracias, susurra el alma pensativa,
por todo lo legado,
conocidos o no contribuyeron
a reforzar sus muros.
Aquellos que su memoria recuerda y olvida.
Gracias por la semilla implantada,
el germen que, sin intención
o con ella, dio cosecha.
Y el tiempo y la magia
que se escapa a la razón,
la recomponen, una y mil veces.
Aún sigue levantándose de sus caídas,
elevada al nivel que le corresponde.
Perdona a los que la hirieron a sabiendas.
Aquellos inocentes de sus pecados
no necesitan de ningún perdón sino lástima.
No oculta su rostro, sus ojos buscan
su verdadera mirada y ahora,
en sosiego, en su pequeña casa,
ordena sus bártulos,
abandona la resistencia
y se entrega.
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