Protégeme, Dios mío, de vengar
mi dolor contra otro,
protégeme de la ira, de la tristeza,
de la rabia de injusticia por sentirme reo
sin cárcel.
En este camino solitario
ofreces belleza a un ciego.
Protégeme, Dios, de sentir impotencia
o resignación,
pues temor no hay
frente a tu implacable palabra.
Protégeme, Dios, de esta falsa consciencia
que dicta un confuso texto,
deja la mente abrumada y al alma perdida
por vericuetos oscuros.
Protégeme, Dios, de envidias,
de recelos que son breñas
en un corazón seco
y prende rápido fuego en sus ascuas.
Protégeme, Dios, de esta condena,
de esta estancia vacía
que llenas con tus sencillos dones.
Pero mi boca ha perdido el gusto,
niega su dulzura y la escupe
como amargo hueso de un fruto jugoso.
Protégeme, Dios, de mis miedos
y dudas,
abrázame en este desamparo,
en el destierro de la alegría,
esta clausura de silencio.
Protégeme, Dios, soy frágil tallo
que se doblega a tierra
con la más leve brisa.
Dame tu mano cálida,
déjame reposar en tu sosegado pecho,
dirige mis pasos con señales claras,
échame el lazo para asirme
de este profundo abismo.
Protégeme, Dios, entre tus brazos,
que sienta en mi rostro tu aliento,
no siembres negrura en mi carne,
pon luz a mis ojos,
risas en mis labios,
arrastra y llévate al olvido
los malos pensamientos.
Dime qué hago, dime qué busco,
solo sosiego proclamo
y llevarme a la boca
un buen trozo de vida.
Protégeme, Dios mío
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