Ella es tierra, le brotan
yerbas y flores por la piel,
tiernas raíces y roca dura,
agua y fuego van por sus entrañas.
Bosques crecen por sus costados
con claros ocultos,
refugios de un sol naciente
y silencioso abandono
al atardecer, de sombras.
Ella es tierra y de piedra
son sus muros y pilares,
aunque es frágil su fortaleza
cuando su pesada carga
se estremece.
Tiene un corazón de matorral
de plantas aromáticas.
Ella se deja acariciar por las olas
de un mar caprichoso,
entregado amante
o arisco e hiriente
le araña y muerde con iracundo ímpetu.
Los vientos y aguaceros
son lametazos que la tumban
y la levantan.
Las nubes cuando se rompen
abren surcos sobre su cuerpo,
cauces de violáceos ríos,
aguas saladas y dulces.
Caen cascadas de sus brazos
y rocío de sus dedos.
En su vientre hay volcanes
y también escarchas,
derretido glaciar
de algún invierno.
Sobre su espalda se apoyan
montañas y colinas,
tienen una ladera frondosa,
regalo de un cielo generoso
y otra que el viento árido
la convierte en páramo hostil.
En su profundo valle habita
la fauna de variadas emociones
y el calmo reposo de un prado
con alegres cantos de aves.
Nada en ella es seguro ni eterno,
todo lo entrega y absorbe,
nace y muere.
Ella no es olvido,
sino desmemoria ignorante
de los que niegan o dañan su recuerdo.
Tierra pisada, suelo de un cosmos
surcado por estrellas,
celestiales ángeles,
súbditos de un dios ausente.
Ribera de arroyos,
playas de océanos.
Contorno siempre,
nunca frontera.
Tierra es carne de mi carne,
tengo sus aromas
y ella tendrá mis sabores.
Tierra conmigo siamesa,
moriré en ti,
morirás conmigo.
Renaceremos.
Ella es tierra
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