No hay voz más tierna

No hay voz más tierna
que la del niño,
ni nada más triste
que su llanto.
No cabe el dolor en cuerpo
tan menudo,
se desborda como río
de su cauce.

Qué felicidad más pura
la sentida en su juego.
El adulto se hace su cómplice,
exagera la regla,
disimula saber adónde se esconde.

El niño ignora que le delata su sombra,
piensa que le cubre la esquina,
que le oculta el tronco endeble del árbol.
A hurtadillas lanza la voz al aire:
¡No estoy!
 

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