Cuando una lluvia de días,
un chaparón de meses,
un aguacero de años
han mojado tu cuerpo,
miras el mundo con ojos diferentes.
Como un científico, observas
esos diminutos individuos
que acabarán creciendo
y podrán devorarte.
Pronto alargan sus piernas
redondean y estilizan
sus contornos y formas,
se esculpen con la suavidad
de las noches.
Mas en sus cabecitas
están todavía jugando
a morir sin saberlo.
Ver a esos adolescentes
atrevidos, tímidos,
frágiles peones de dioses,
te conmueve y te exaspera.
Bulle por su sangre una alquimia
que riega territorios ocultos.
Tienen más sexo que sus padres,
tal vez pasen de un amor a otro,
sucesivos desengaños,
traiciones que romperán su corazón.
Harán dramáticas tragedias
y acto seguido representarán
una comedia romántica,
la odisea apasionada
con retorno al olvido.
Vienen y se marchan,
como en un círculo viciado,
los ánimos.
Es el tiempo de cosecha
antes de la sequía.
Querer ser racionales humanos,
a veces, se contradice
con las inclinaciones de la naturaleza
y sus mentes navegan
océanos profundos,
planean sobre enormes olas,
se deslizan por elevadas dunas,
y, con gracia y facilidad,
se sacuden el polvo.
Para ellos, la vida es eterna
y el mundo está a sus pies.
Las estaciones les traerán
sus frutos,
comidos con ávido apetito.
No sentirán el frío
de los inviernos aún,
ni verán los colores
apagados por la presbicia
de nublados otoños.
Sus oídos están agudos
o sordos,
según convenga.
Están deseosos de caricias,
nunca paternales.
Son enemigos
de cualquier discurso
que les cuente el mismo rollo
de madurez, realidad,
vida, hechos, esfuerzo, futuro,
de apocalípticos pronósticos,
y consejos ajenos,
advertencias de caminos peligrosos.
Abandonados a la inconsciencia,
dejan de lado lo lógico.
Nuestras razones poco les importan,
sus voluntades por encima
de todo.
A no ser que sigan influencias
generacionales
y se lanzarán de cabeza.
Huyen de nuestras batallas,
proclaman les dejemos en paz.
No solo habrá fresca brisa
en su primavera y verano,
también lo agitarán fuertes huracanes.
El dolor no entiende de tierna materia,
es mordaz con la carne blanda y dura.
La diferencia, y no siempre,
es que tienen mayor capacidad
para regenerarse.
Desde estos cuerpos ya húmedos,
calados hasta los huesos
por chaparrones continuos,
la sabiduría de un devenir
no les preocupa.
No son ignorantes y conocen
el dolor y la muerte,
pero tienen todavía
capacidad de autoengaño.
Sin embargo, no podrán evitar
caer en nuestros errores,
como nosotros caímos también
a su edad y por los siglos
de los siglos.
Doblegar el designio es imposible,
ningún fuego le vence,
y recorrerán desvíos,
harán pausas para el descanso
y avituallamiento,
tomarán su tiempo para recrearse
en el paisaje,
más la meta de llegada
los espera en su sitio.
Después de todo,
que la fe y la esperanza
les acompañen
por muchas estaciones,
hasta el último instante.
Mas nada podrá evitar
el final decepcionante de la vida.
Por muy acostumbrados
que estén a teleseries
de amor, monstruos y asesinos,
jueguen con el miedo
y hagan tributo y gloria de sus combates,
no les va a gustar
cómo termina esta historia
cuando empiecen a sentir
por la espalda un escalofrío.
Cuando una lluvia de días
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