Tardes, 
dulces tardes de estío, 
siestas bajo la sombra, 
silencio con murmullos. 
No hay letargo sin zumbidos 
de moscas, 
tortura para nuestro descanso. 
Pongamos a salvo el rostro 
con un sombrero de ala ancha, 
trapo o pañuelo. 
Dejémoslas que beban el sudor 
de desnudos brazos, 
mejor tenerlas por buenas compañeras 
que por rabiosas enemigas. 
Al fin, vence el sueño 
frente a su ataque, 
movamos la mano con desgana 
de vez en cuando. 
  
Lento desciende un sol enérgico, 
traerá suaves caricias 
de brisa fresca. 
Arrullan palomas en los tejados 
y retoman su tarea los sentidos, 
quedó un oído presto 
a la calma de su nana, 
alas para tiernos trazos de memoria. 
Regresan aromas agradables 
de ese calentado guiso 
de naturaleza. 
Seca está la boca, 
buscará lo primero 
la jarra de agua fría. 
Aún no, cuando vuelvan 
al cuerpo las fuerzas. 
Un leve parpadeo, 
un suave batir de pestañas 
y abren poco a poco sus cortinas 
con extremo cuidado 
para que el brillo del sol 
no le dañe los ojos. 
Se niega a abandonar la flojera, 
todavía la voluntad está dormida. 
Se insinúan los primeros movimientos, 
aterriza de su vuelo el espíritu, 
toma tierra, vuelve de un cielo 
a este mundo. 
Trae a regañadientes huesos, 
músculos y sangre. 
Si no fuera por esta sed, 
¡quién querría volver a la vida!
Tardes
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