Quién ha respirado el campo 
en tardes de juegos 
entre aromas a tierra sembrada 
y verdores de hojas. 
Quién pisó con pies descalzos 
los liños de cultivos 
y salió corriendo ante la amenaza 
de reprimenda. 
Quien se sentó en el lindero, 
cogió un terrón duro, 
hizo con una caña rota 
un pan de mentira 
que se convertía en arena 
entre los dedos. 
  
Quién aspiró la esencia del aire 
cargado de vida, 
el mundo hecho paraíso, 
espantó moscas inoportunas, 
danzarinas alrededor de la oreja, 
incordiando comida y descanso. 
Quién buscó la frescura 
de la sombra, 
se distrajo observando 
la larga fila de hormigas 
en ordenada marcha marcial, 
y las siguió 
hasta entrar en su refugio 
mientras salían otras 
después de poner a buen recaudo 
las provisiones. 
Quien barrió las señales 
de los pequeños montículos 
de tierra de sus madrigueras. 
  
Quién sufrió el tormento 
del zumbido de un abejorro, 
luchó con sus brazos 
y huyó despavorido. 
Lo abrazó el bullicio de los pájaros, 
las bandadas al atardecer 
surcando un cielo aún ardiente 
de regreso a sus refugios 
antes de caer la noche. 
  
Quién atrapó los perfumes 
más intensos al llegar la tarde 
que reverberan y esparcen la esencia 
de todos los condimentos, 
igual que un guiso al fuego , 
y percibió hasta sus sabores 
sin llenar la boca, 
entrando por todos los poros 
del cuerpo y del espíritu, 
nutriéndolos. 
  
Quién sintió colmada su alma, 
admirado por aquella sensual 
sinfonía, 
maná caído del cielo 
como un hermoso regalo. 
Quién apoyó la espalda 
en un muro blanco de cal, 
se echó al frescor de un suelo de cemento, 
olió el aroma del café  
recién hecho en un hornillo de gas, 
deseó tomar aquel líquido 
negro y caliente 
y al roce de los labios 
rechazó su amargor. 
Conoció entonces 
que el placer del olfato 
a veces asquea al gusto. 
  
Sabrá qué digo. 
  
A quién le recorrió por la sangre 
el ardor de la existencia, 
el escalofrío del miedo, 
la aventura y otros placeres 
con la libertad de un salvaje. 
Quién gozó de los sonidos 
de la naturaleza, 
tocó los frutos, 
los comió cogidos de la plantas 
al instante, 
sacó de la tierra patatas, 
bebió el zumo de la naranja 
haciéndole un agujero con el dedo. 
  
Quién, asomado a un fondo oscuro, 
oyó el golpe ronco y seco 
del cubo de aluminio 
echado al pozo 
y al tirar de la soga, 
el sonido de la carrucha. 
Sacó el agua helada 
chorreando por sus bordes, 
mojando el brocal 
y mojándose a conciencia. 
  
Quien buscó la calma 
de su quemada piel, 
se limpió los pies sucios, 
la cara de mejillas bermellón, 
se sintió dichoso y lleno de brío, 
con hambre de vida y olvido de muerte. 
  
Quién esto vivió
sabrá qué digo.
"Quien lo probó lo sabe" (Lope de Vega)
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