Ahora eres una simple hoja seca

 Ahora eres una simple hoja seca
llevada por el viento,
sin más voluntad que la de aferrarse
a una esquina,
arremolinarse en un rincón,
y al final, arrastrada
como un desperdicio.

Fuiste verde en una rama,
cubrieron tu piel las gotas de lluvia,
resplandeciste al salir el sol
y en la madrugada cuajó el rocío
como perlas de plata.
No temías a los vientos,
pues era firme tu tallo
y con ellos te mecías.

Tuviste la irremediable esperanza
pegada a tu envés,
hasta ver a tu alrededor
sucumbir a las otras.
Poco a poco el polvo penetraba
en tus poros que perdieron su verdor,
palideció tu rostro
teñido de un tono pardo,
ya sin el brillo
de una estación más generosa.

Llegó el frío a calar tus frágiles huesos.
Secó la carne, antes lozana.
Como otras, languidecidas y extenuadas,
cayeron indefensas al foso terrenal
convertidas en húmedo detritus.
Viste en el destino de las otras
el tuyo propio.
Con las primeras señales,
te inundó la tristeza, la desilusión.
Cayó tu fe antes que tus propios brazos
se soltaran de la asida rama.
Ni el rocío ni el canto mañanero
de los pájaros, alegraban tu día,
pues una certeza se instalaba
en los nervios,
el helado convencimiento
de tu destino final.
Perderías primero tus venas,
la verde clorofila
y ya con fundida luz,
vagarías errante sin rumbo cierto
entre las tinieblas de los despojos.

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