Si le bastara al cuerpo el mismo pan
con el que se sacia el alma,
hambriento dejaría de olvido del mundo,
quitaría la sed de tiempo con abandono.
Podría entonces la boca
saborear la eternidad.
Si le bastara al cuerpo el mismo pan
con el que se sacia el alma,
hambriento dejaría de olvido del mundo,
quitaría la sed de tiempo con abandono.
Podría entonces la boca
saborear la eternidad.
Nunca vi una sonrisa más tierna 
en una cara tan asustada. 
Ha sido el destino injusto contigo, 
no te acompañó la suerte 
en la vida 
y aunque aún persiste 
en tirar de ti, 
eres como ángel 
o frágil pajarillo llevado por las alas, 
por un impulso obstinado 
en no dejarte caer al vacío. 
  
¿Qué pueden unos ojos ajenos 
ver a través de los tuyos, 
ópalos de negro ébano, 
brillantes de una extraña luz? 
La mirada se pierde 
en su profundidad inalcanzable. 
¿Qué laberinto lleva a tu centro? 
¿Acaso tú lo visitas 
o ni siquiera te atreves 
a entrar en él? 
Ha sido tanto lo vivido, 
hubo tanto desengaño y soledad, 
traición y maldad de un mundo 
que no te comprende 
y con el que tampoco haces comunión. 
Cualquier verso no te haría justicia, 
sería una ridícula mueca de ti. 
  
Qué pocas personas llegan 
a entenderte, 
aunque te haces querer 
con esa dulzura nada empalagosa 
que desprendes con incómodo recelo 
para que no te invadan. 
Deseas el espacio que te pertenece 
sin pedir nada a cambio 
y, sin embargo, ¡cómo se empeñan 
en controlar tus pasos, 
tus deseos y condiciones! 
Qué atrevida es la prepotente actitud 
de los que creen saber mejor 
lo que tú necesitas. 
Qué falta de respeto 
de quienes exigen a cambio 
el derecho al suyo. 
  
Apagas hoy unas velas 
como las llamas de la vida, 
que van haciendo ascuas 
en tu memoria y consciencia. 
Eres una niña perdida en un océano 
turbulento, lleno de monstruos. 
El amor fue una caricatura cruel 
del verdadero, 
te abrazó y te soltó 
hecha pedazos. 
El tiempo ha hecho sus remiendos 
y a estas alturas del viaje 
te basta tan poco, 
algo de comida, tranquilidad 
y olvido. 
  
Sin las tuyas, coges prestadas 
inventadas ilusiones, 
historias de amor y vida, 
llenas de color y romanticismo. 
Hilar unas con otras 
hace la red que sostiene 
tu pequeño mundo 
en una salita estrecha 
con un sillón cómodo, 
ventilador en verano, 
calentador en invierno. 
¿Qué más se puede pedir? 
¡Lo tienes todo! 
  
Reclamas independencia 
sin banderas, con tu silencio 
y amables palabras, 
que te dejen poner 
tus sueños a salvo. 
Hubo gente ruin 
que aprovechó 
tu débil resistencia 
para ejercer la fuerza del mal 
en tan inocente criatura, 
pero hasta en esa situación, 
demostraste gran valentía 
a pesar de tus miedos. 
  
Te rodeas de voces y gritos 
que salen de una tele. 
Son tu compañía perfecta, 
puedes desprenderte 
de ella o invitarla 
con tan sólo dar a un botón. 
¡Ojalá hubiera sido tan fácil 
callar aquellas otras voces! 
Una pantalla has puesto 
entre tú y los otros, 
el universo que te alimenta, 
lejos de los que te quieren imponer 
sus razones. 
Tal vez, les molesten tu libertad. 
¡Bajo el escudo del amor 
se cometen tantas barbaridades! 
Tienen los cuerdos la soberbia 
de creerse en lo acertado. 
  
Bendita locura la tuya 
que, sin exigir, ofreces 
tu dulce sonrisa 
y pides con ella, simplemente, 
que te dejen ser.
¿Qué bíblico pecado le quitó el sueño 
durante años 
y le hizo llorar a escondidas 
bajo las sábanas, 
vagar su tristeza 
por calles solitarias y oscuras, 
alejada de miradas furtivas, 
para hallar consuelo de tan dura carga? 
Rondaba el ejército cruel 
de la consciencia sus desvelos, 
soldados martirizaban su alma, 
oprimían el corazón 
y era su remordimiento un suplicio. 
Hoy se abren las comisuras 
de su boca, 
sale feliz una sonrisa amplia, 
rompen los barrotes de aquella cárcel 
unas fuertes carcajadas. 
Lamenta aquel inútil sufrimiento, 
el dolor de un castigo injusto, 
la culpa por estar viva. 
¿Qué falta mortal es desear, 
caer la carne en la humana tentación, 
vibrar ante el roce 
de una caricia, de un beso? 
¿Es debilidad acaso o extraño proceder 
de quién fue creado para sentir? 
Con ningún Dios hizo contrato, 
no traicionó a nadie, 
ni su mano hizo ajena herida. 
¡¿Debe pagar el inocente 
tan dura penitencia 
por el único delito de permitir 
que la vida le abrazase?! 
  
Que baje el juez de su pedestal 
y vea tan flagrante injusticia. 
¿Quién resarce al reo 
de sus horas de lágrimas y dolor?
  Tardes, 
dulces tardes de estío, 
siestas bajo la sombra, 
silencio con murmullos. 
No hay letargo sin zumbidos 
de moscas, 
tortura para nuestro descanso. 
Pongamos a salvo el rostro 
con un sombrero de ala ancha, 
trapo o pañuelo. 
Dejémoslas que beban el sudor 
de desnudos brazos, 
mejor tenerlas por buenas compañeras 
que por rabiosas enemigas. 
Al fin, vence el sueño 
frente a su ataque, 
movamos la mano con desgana 
de vez en cuando. 
  
Lento desciende un sol enérgico, 
traerá suaves caricias 
de brisa fresca. 
Arrullan palomas en los tejados 
y retoman su tarea los sentidos, 
quedó un oído presto 
a la calma de su nana, 
alas para tiernos trazos de memoria. 
Regresan aromas agradables 
de ese calentado guiso 
de naturaleza. 
Seca está la boca, 
buscará lo primero 
la jarra de agua fría. 
Aún no, cuando vuelvan 
al cuerpo las fuerzas. 
Un leve parpadeo, 
un suave batir de pestañas 
y abren poco a poco sus cortinas 
con extremo cuidado 
para que el brillo del sol 
no le dañe los ojos. 
Se niega a abandonar la flojera, 
todavía la voluntad está dormida. 
Se insinúan los primeros movimientos, 
aterriza de su vuelo el espíritu, 
toma tierra, vuelve de un cielo 
a este mundo. 
Trae a regañadientes huesos, 
músculos y sangre. 
Si no fuera por esta sed, 
¡quién querría volver a la vida!
Cruzan el cielo aves oscuras 
en este plomizo día 
de una luz diáfana. 
Lejos, en el fondo, 
brilla un mar contagiado 
de su mismo ánimo, 
aunque el sol pone 
dorados reflejos en su rostro. 
Espera el largo atardecer del estío 
envolver el horizonte 
con pliegos anaranjados y rojos 
de ardientes brasas. 
Fuego que se apaga lentamente, 
aunque aún salten inflamadas ascuas 
hasta enfriarse su fuego 
en el crepúsculo de la aurora, 
breve pausa para un naciente sol. 
Encenderán estrellas 
otra pasión fulgurante 
en los cuerpos entre sombras. 
La arena fría será su lecho blando, 
quizá aparezca en su negrura 
una lamida luna de hielo , 
faro de sueños y amores 
que son también quimeras. 
  
Otra ilusión fugitiva llegará mañana, 
viajera vida que nos brinda 
su paleta de colores, 
cuadro pintado a trazos, 
con perfiles de claridad y tinieblas. 
En un alambique de eternidad, 
su esencia se destila 
dejando el rastro 
de sus residuos impuros 
en nuestra mirada.
Hay un reflejo en el techo, 
foco de luz en las adelantadas sombras. 
Va llenándose de penumbra la estancia, 
cubre con avidez clandestina 
los espacios. 
Hay tras los cristales 
un sol aún potente, 
son los tejados escudos 
de sus brillantes lanzas 
que apresuran el ocaso. 
Miran los ojos y se recrean 
en las cosas 
que lentamente se apagan, 
elementos inertes llenos de vida 
con historias únicas. 
Sus relatos los convierten 
en seres animados, 
se nutren del mismo aire 
que respiro, 
desperdigan sus semillas 
y es este lugar tan suyo 
como mío. 
Reclaman con justicia 
este derecho. 
¿Quién se atrevería a poner 
precio a sus cabezas 
sin pecar de grave delito? 
No es cambio mercantil, 
tienen valor como mi vida, 
son partes de mi esencia, 
recorren mi sangre 
y acompañan mis sueños. 
Sobre la tierra, mis cenizas, 
en el mismo fuego 
se harán brasas. 
  
Hay un reflejo en el techo, 
sombras que anidan 
sobre las cosas y el mundo, 
que en este instante, 
alumbra mis ojos 
antes de cubrirse de noche.
Quién ha respirado el campo 
en tardes de juegos 
entre aromas a tierra sembrada 
y verdores de hojas. 
Quién pisó con pies descalzos 
los liños de cultivos 
y salió corriendo ante la amenaza 
de reprimenda. 
Quien se sentó en el lindero, 
cogió un terrón duro, 
hizo con una caña rota 
un pan de mentira 
que se convertía en arena 
entre los dedos. 
  
Quién aspiró la esencia del aire 
cargado de vida, 
el mundo hecho paraíso, 
espantó moscas inoportunas, 
danzarinas alrededor de la oreja, 
incordiando comida y descanso. 
Quién buscó la frescura 
de la sombra, 
se distrajo observando 
la larga fila de hormigas 
en ordenada marcha marcial, 
y las siguió 
hasta entrar en su refugio 
mientras salían otras 
después de poner a buen recaudo 
las provisiones. 
Quien barrió las señales 
de los pequeños montículos 
de tierra de sus madrigueras. 
  
Quién sufrió el tormento 
del zumbido de un abejorro, 
luchó con sus brazos 
y huyó despavorido. 
Lo abrazó el bullicio de los pájaros, 
las bandadas al atardecer 
surcando un cielo aún ardiente 
de regreso a sus refugios 
antes de caer la noche. 
  
Quién atrapó los perfumes 
más intensos al llegar la tarde 
que reverberan y esparcen la esencia 
de todos los condimentos, 
igual que un guiso al fuego , 
y percibió hasta sus sabores 
sin llenar la boca, 
entrando por todos los poros 
del cuerpo y del espíritu, 
nutriéndolos. 
  
Quién sintió colmada su alma, 
admirado por aquella sensual 
sinfonía, 
maná caído del cielo 
como un hermoso regalo. 
Quién apoyó la espalda 
en un muro blanco de cal, 
se echó al frescor de un suelo de cemento, 
olió el aroma del café  
recién hecho en un hornillo de gas, 
deseó tomar aquel líquido 
negro y caliente 
y al roce de los labios 
rechazó su amargor. 
Conoció entonces 
que el placer del olfato 
a veces asquea al gusto. 
  
Sabrá qué digo. 
  
A quién le recorrió por la sangre 
el ardor de la existencia, 
el escalofrío del miedo, 
la aventura y otros placeres 
con la libertad de un salvaje. 
Quién gozó de los sonidos 
de la naturaleza, 
tocó los frutos, 
los comió cogidos de la plantas 
al instante, 
sacó de la tierra patatas, 
bebió el zumo de la naranja 
haciéndole un agujero con el dedo. 
  
Quién, asomado a un fondo oscuro, 
oyó el golpe ronco y seco 
del cubo de aluminio 
echado al pozo 
y al tirar de la soga, 
el sonido de la carrucha. 
Sacó el agua helada 
chorreando por sus bordes, 
mojando el brocal 
y mojándose a conciencia. 
  
Quien buscó la calma 
de su quemada piel, 
se limpió los pies sucios, 
la cara de mejillas bermellón, 
se sintió dichoso y lleno de brío, 
con hambre de vida y olvido de muerte. 
  
Quién esto vivió
sabrá qué digo.
  “Vendrá la muerte 
y tendrá tus ojos” 
                        Cesare Pavese 
  
Tendrá tu carne 
y el espíritu 
que por tu boca hablaba, 
el aliento que impulsaba 
tus pasos. 
  
Tendrá tu olvido 
y los objetos perdurarán 
a los muertos 
sin sus miradas , 
fríos de unas manos, 
sagrado recuerdo o exilio. 
Quedarán en los roperos 
las prendas 
hasta perder el aroma 
de los cuerpos 
y cogerán olor a rancio. 
Pendientes quedarán las citas 
en una agenda, 
las tareas inacabadas. 
Las voces serán diluido eco 
en el aire. 
  
Tendrá tus miedos y alegrías, 
las lágrimas y tus placeres 
Seguirá el mundo con los otros, 
serás un suspiro en su memoria, 
la frágil llama que también 
se apagará en su fuego. 
Todo perecerá entre las sombras. 
Nada somos y creímos ser. 
  
Cuando llegue la muerte, 
tendrá tu vacío.
  Cuando una lluvia de días, 
un chaparón de meses, 
un aguacero de años 
han mojado tu cuerpo, 
miras el mundo con ojos diferentes. 
Como un científico, observas 
esos diminutos individuos 
que acabarán creciendo 
y podrán devorarte. 
Pronto alargan sus piernas 
redondean y estilizan 
sus contornos y formas, 
se esculpen con la suavidad 
de las noches. 
Mas en sus cabecitas 
están todavía jugando 
a morir sin saberlo. 
  
Ver a esos adolescentes 
atrevidos, tímidos, 
frágiles peones de dioses, 
te conmueve y te exaspera. 
Bulle por su sangre una alquimia 
que riega territorios ocultos. 
Tienen más sexo que sus padres, 
tal vez pasen de un amor a otro, 
sucesivos desengaños, 
traiciones que romperán su corazón. 
Harán dramáticas tragedias 
y acto seguido representarán 
una comedia romántica, 
la odisea apasionada 
con retorno al olvido. 
  
Vienen y se marchan, 
como en un círculo viciado, 
los ánimos. 
Es el tiempo de cosecha 
antes de la sequía. 
Querer ser racionales humanos, 
a veces, se contradice 
con las inclinaciones de la naturaleza 
y sus mentes navegan 
océanos profundos, 
planean sobre enormes olas, 
se deslizan por elevadas dunas, 
y, con gracia y facilidad, 
se sacuden el polvo. 
Para ellos, la vida es eterna 
y el mundo está a sus pies. 
  
Las estaciones les traerán 
sus frutos, 
comidos con ávido apetito. 
No sentirán el frío 
de los inviernos aún, 
ni verán los colores 
apagados por la presbicia 
de nublados otoños. 
Sus oídos están agudos 
o sordos, 
según convenga. 
  
Están deseosos de caricias, 
nunca paternales. 
Son enemigos 
de cualquier discurso 
que les cuente el mismo rollo 
de madurez, realidad, 
vida, hechos, esfuerzo, futuro, 
de apocalípticos pronósticos, 
y consejos ajenos, 
advertencias de caminos peligrosos. 
Abandonados a la inconsciencia, 
dejan de lado lo lógico. 
Nuestras razones poco les importan, 
sus voluntades por encima 
de todo. 
A no ser que sigan influencias 
generacionales 
y se lanzarán de cabeza. 
  
Huyen de nuestras batallas, 
proclaman les dejemos en paz. 
No solo habrá fresca brisa 
en su primavera y verano, 
también lo agitarán fuertes huracanes. 
El dolor no entiende de tierna materia, 
es mordaz con la carne blanda y dura. 
La diferencia, y no siempre, 
es que tienen mayor capacidad 
para regenerarse. 
  
Desde estos cuerpos ya húmedos, 
calados hasta los huesos 
por chaparrones continuos, 
la sabiduría de un devenir 
no les preocupa. 
No son ignorantes y conocen 
el dolor y la muerte, 
pero tienen todavía 
capacidad de autoengaño. 
  
Sin embargo, no podrán evitar 
caer en nuestros errores, 
como nosotros caímos también 
a su edad y por los siglos 
de los siglos. 
  
Doblegar el designio es imposible, 
ningún fuego le vence, 
y recorrerán desvíos, 
harán pausas para el descanso 
y avituallamiento, 
tomarán su tiempo para recrearse 
en el paisaje, 
más la meta de llegada 
los espera en su sitio. 
  
Después de todo, 
que la fe y la esperanza 
les acompañen 
por muchas estaciones, 
hasta el último instante. 
Mas nada podrá evitar 
el final decepcionante de la vida. 
Por muy acostumbrados 
que estén a teleseries 
de amor, monstruos y asesinos, 
jueguen con el miedo 
y hagan tributo y gloria de sus combates, 
no les va a gustar 
cómo termina esta historia 
cuando empiecen a sentir 
por la espalda un escalofrío.