Del camino, aceptar todo,
las piedras con las que tropezamos,
los frutos y cosechas baldías;
llevar de por vida un escrúpulo
en el zapato, un yugo al cuello.
En el camino solo se abandonan
las huellas, pero, los pasos van contigo.
No despreciemos la senda
ni la suerte que nos acompaña.
Nos toca vivir
sus buenas o malas artes.
Todo es uno.
Somos el ser que se forja
por el destino desde un nacer.
No hay justicia ni equidad
en su entramado,
tan sólo los hilos
que otros humanos tejen.
No pensemos que es un castigo
y busquemos el perdón por ser víctimas
de un invento impenetrable.
El dolor nos acompaña a un lado
y al otro nos lleva de la mano la muerte.
Vendrán a nuestros días
soles y lluvias,
tormentas y huracanes.
No siempre lucirá un horizonte,
azul lleno de nubes blancas
de mullido algodón.
No podemos escoger de este cofre
únicamente las bellas alhajas,
los brillantes diamantes,
esmeraldas y rubíes.
La bisutería viene engarzada
con eslabones de cadenas de oro
sobre plata grabada con tosco material,
alegóricas imágenes
de infierno y gloria.
A veces te golpean gruesos granizos,
te tambalean vientos rabiosos
y no encuentras cobijo para protegerte
y poner a recaudo tus más preciadas
pertenencias.
Todo en un instante puede
perderse o ganarse.
Así es el drama de esta obra
hecha sin guion, imitadora de otros,
escuchadas frases de algún apuntador
que ni siquiera tiene los papeles.
Hay a quienes la gracia del azar
les entrega un gran tesoro,
la felicidad, la riqueza, la seguridad,
la salud, el amor.
¡Bah!, efímero todo, aunque se agradece.
Hay muchos sin merecerlo,
muchos que lo han robado,
muchos que se creen superiores
y trabajan para crear
un sufrimiento a los otros.
Que la vida es cruel,
que te arranca a pedazos
y te deja desangrado en el suelo,
que la vida premia a muchos
por nada a cambio,
que los dones son escogidos
para unos y no otros.
Sin embargo, no hay mayor don
que el ser buenos.
Por ello, cojamos toda la alforja,
cargada con cada instante,
duela o nos produzca placer su carga.
Será nuestro presente
ante el paraíso de la eternidad.
No existe mayor gozo
que un alma en paz con la vida
y una muerte en paz.
Del camino y sus paisajes,
del tiempo que nos toque,
la duración de su trayecto,
tomémoslo todo.
Es inútil luchar contra lo imposible,
los caprichos de los segundos
y las horas de nuestros relojes,
de los días interminables,
tristes y oscuros como un abismo
sin fin
del que entran y salen risas y llantos.
De los pequeños contratiempos
no hagamos grandes desgracias,
de las verdaderas, procurar llevarlas,
no con resignación,
sino con la capacidad de nuestras enterezas.
Será un engrudo construido
por una memoria selectiva.
Dibujará una compacta imagen
de quiénes creemos ser.
Rechazar, quejarse es como dar brazadas
al aire y no por ello volar.
Aunque blasfemar está permitido,
de vez en cuando.
Si ofendemos a un Dios,
será comprensivo y bondadoso,
demasiado con exigirnos
este caminar a ciegas
y este cuerpo que piensa y siente.
Nuestros pies seguirán obedientes
al tramo de un mapa sin líneas,
ni señales, ni puntos de referencia.
Nuestra vanidosa voluntad
es una mentira, una ficción
de una entelequia.
Su fuerza fue prestada,
no lo dudes,
sus ramificaciones, aliento
de una planta cuya raíz la conduce.
Los muros la desviarán o no,
la oscuridad la pondrá mustia o no,
la falta de agua, siempre la mata.
De un cielo oculto viene todo.
El resultado no es mérito de uno,
si son sus hilos los que nos mueven.
No todos lo traen bien atados,
ni es igual de resistente o flexible.
No sabemos más que unos pueden
y otros no,
que unos sacan sus fuerzas
mientras otros languidecen
o sucumben sin luchar.
En este devenir nuestro
sobre este mundo,
bajo este cielo de infinitas estrellas
de una lejanía impalpable,
en esta tierra formada por partículas
de un universo ignoto,
sordo a nuestros deseos,
¿quién sabrá sus intenciones
ni conocerá nunca su mecanismo?
Su razón no son nuestras razones,
quizá, ni de dioses,
ni de tablas numéricas
de elementos químicos y fórmulas físicas.
Quizá, tal vez, nadie alcanzará su magistral sabiduría,
y sea todo el sueño de un monstruo,
el espejo donde una nada se refleje
y su blanca luz juegue a dibujar
arcoíris de infinitos colores.
Del camino, aceptar todo
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