Hay días donde el cuerpo parece
liberarse de ataduras,
suelta las cuerdas que lo aprisionaban.
Es la agradable sensación
de zafar un nudo.
Andaba el cuerpo apretado
dentro de tan reducida estancia,
los miembros se ceñían al tronco,
brazo con brazo sobre el pecho,
piernas con piernas flexionadas,
hundida la cabeza, hacías un ovillo.
La sangre en hervor,
el corazón álgido
todos los sentidos en alerta,
ante la amenaza de un peligro.
Y así como de la nada o, mejor dicho,
tirando de un hilo suelto,
se desenreda lo turbio y brilla un sol radiante.
Aparece un cielo azul y en el aire se esparcen
alegres risas infantiles,
llevada por los espacios la festiva algarabía
de un mundo amable.
Cruzan el horizonte bandadas de palomas,
trazan con sus vuelos brochazos de blancura.
Hay días que se abren todos los cerrojos,
puertas y ventanas,
no hay murallas ni cadenas
en este paisaje infinito.
Las formas se diluyen
y se hacen sustancia única,
como terrones de azúcar
en el café de la mañana.
Prado de un valle florido
donde va sin miedo la mariposa
distraída de flor en flor
y fluyen sin obstáculos las aguas
de un claro y jubiloso río.
Sin embargo, estos brotes verdes
se harán pajizos en otoño,
en busca de la vida
hallaran la muerte,
igual que el alba ansiosa de luz
se hizo oscuridad.
La noche se encontró con la claridad del día.
Volverá a caer la noche fría
y danzarán oscuros murciélagos
por sus oquedades,
mientras los ángeles duermen.
Transeúnte
por un paisaje de calendario
Hay días donde el cuerpo parece
Es víspera de fiesta
Es víspera de fiesta
y parecen intuirlo las aves.
¡Han venido tantas palomas
mirlos y otros pájaros!
Recorren con regocijo los espacios,
los llevan sus ansias de vida
y su miedo a la muerte.
Aquel que nace cerca del mar
Aquel que nace cerca del mar
sabe de leyendas
que envidian a quién creció en el bosque.
Son sus héroes más valerosos,
sus enemigos más crueles,
su oscuridad más profunda,
sus monstruos más salvajes.
Más perdido quedó quién se aventuró
entre sus aguas de abierto horizonte
que el otro entre los barrotes de troncos.
Sus abismos son infinitos,
sus trampas más traicioneras,
no hay más senda ni guía que un cielo,
ni más castigo que de él venga.
Aunque la espesura de árboles
no deje entrar los rayos del sol,
el caminante siempre hallará
un claro y un refugio.
En el océano la claridad es cegadora
y el náufrago lucha contra el oleaje,
le vencen sus fuerzas y ganas.
Sin fe ni esperanza delira,
cree llegar a una isla desierta.
Mis ojos ya ven aquello
Mis ojos ya ven aquello
que mi consciencia no reconoce.
En ellos la luz de un todo
deja al fondo de su órbita
las manchas oscuras que la memoria
no reconoce ni pone nombre
y nuestro entender se pierde.
Desde el océano calmo de tu frente
Desde el océano calmo de tu frente
se deslizan lágrimas de savia fría,
resbalan por los contornos de esta pendiente
y buscan en la tierra su propio gozo.
Mientras mueren en el aire los suspiros
trepa el vigor fugitivo por las ramas,
alcanza las hojas y rendidas,
sometidas al despótico bamboleo del viento.
Crédulas, se aferran al frágil pedúnculo
que las sostienen.
Danzan ufanas al son de su hipnótica melodía,
bañadas por aguas de engaño.
Cobijarán nidos de aves migratorias
y en semejantes primaveras
repetirán madrugadas y amaneceres.
Estos pájaros cantarán mañana
porque la vida siempre renace.
Cuelga la prenda que dejaste tendida al sol
Cuelga la prenda que dejaste tendida al sol,
la mece el aire como a una cuna.
El tiempo la ha cubierto de polvo y lluvias.
Luchó desesperada contra un viento fuerte,
pende aún de la cuerda, aferrada a una sola pinza.
El día que emprenda el vuelo,
dejará el espacio de tu olvido.
Imposible eliminar
Imposible eliminar
el dolor con el llanto.
Acaso aliviarlo un instante,
aligerar el peso de su carga,
reducir gramos de lágrimas.
Ese pozo bebe
de aguas subterráneas.
Porque el dolor es bestia
que nunca se aplaca,
no retrocede por la ternura.
Es un implacable puñal
hundido en lo más profundo.
Su herida vierte sangre
que nunca hace costra.
En qué sustancia germinó
En qué sustancia germinó,
dónde se ubicará el secreto
de que, ante la tragedia,
unos se entreguen a la vida
más intensamente
y otros se abandonen
a una muerte lenta.
Qué manía tiene este viajero
Qué manía tiene este viajero
que no toma asiento nunca.
Con su mirada inquieta,
después de recorrer las líneas concéntricas,
salta de nuevo
a la línea recta hacia su infinito.
Le puede su inquietud
frente a la cómoda estancia
y mira que sabe que le dolerá el adiós.
Aunque le brille la mirada
y despeje el brumoso horizonte
con la promesa de descubrir
otros paisajes,
no olvida la esquina clavada
en su corazón
al despedirse de un territorio
al que quizá nunca más vuelva.
A qué Dios rezar
¿A qué Dios rezar sin nuestra indumentaria?
¿En qué vasto territorio tendrá su hogar
y de qué país de jauja será único habitante?
¡Qué lástima!
¡Qué lástima!
Me despido de este jardín
con tus flores secas.
No volverán mis ojos
a verte reverdecer
con las primeras lluvias.
Aún recuerdo los fugaces
copos de unas nieves
tan pronto derretidas
al rozar tu tierra
y la blancura de tu escarcha
en las frías mañanas de invierno.
¡Qué lástima!
No volver a ver tu cruz
y tu campanario
desde estas ventanas,
ni correr para ver vibrar la úvula
de tu campana.
Tuve el regalo de tu horizonte
prestado por un tiempo
y, aunque lo devuelvo en forma,
lo llevo en mi corazón,
en transformada materia,
diluida en el espejo de mis ojos,
al fondo de mi alma va plasmada.
Es difícil soñar con un horizonte
Es difícil soñar con un horizonte
si te han elegido otro.
Pones un pie donde ya marcó tu huella.
Llevas a la espalda el empuje del viento
y aún ingenua, dices, mañana iré
por este camino.
Huyes, quizá,
mas por donde indicó tu mapa.
Hay un mar para cada mirada
Hay un mar para cada mirada.
Como olas nacen de su vientre,
tan inmenso y profundo desde su orilla
y con ocultos secretos en sus entrañas.
Nunca te engañará,
si sabes leer su lenguaje.
Hay que conocerlo bien,
dicen aquellos que con él tratan.
Los niños hacen charcos en la orilla
con el deseo de abarcarlo entre
sus pequeñas manos.
Somos mar de altas mareas y fuerte oleaje,
un lecho en calma y fresca brisa,
fuego abrasador su dorada arena
y beso dulce de un sol de invierno.
Sobre su manto oscuro de noche
brillan los plateados rayos de luna
y los de un faro protector,
guía para su territorio sin senda.
En su abismo habitan todos nuestros miedos.
Su calmada superficie,
de suaves ondas de aguas turquesas,
el arrullo de su espuma acariciando la orilla,
la gaviota que pende sobre las olas
nos hace olvidar su fondo oscuro,
la incertidumbre de su deriva,
su voracidad y su furia,
y, acogidos en su útero,
nos dejamos flotar
mecidos como en el vientre materno
y somos náufragos que alcanzaron la isla
a salvo de los peligros.
A veces, su ronco respirar
nos pone en alerta y nos encoge el corazón,
a veces, es una dulce nana que adormece,
susurros de sirenas llamándonos a su abrazo.