Dios de las escalas del infinito

 Dios de las escalas del infinito,
ecuación sin solución,
incógnita irresoluble.
Dios, que supedita al hombre
a levantar un Padre Omnipotente,
un Creador Supremo,
con el ingenio de sus palabras,
metáforas, razones,
miedos e ignorancia.
Necesario para sus dudas y vacíos,
para su pequeñez y su fragilidad.
Dios, al que ponemos nuestras características,
Dios hecho a imagen y semejanza del hombre
por la cortedad de nuestra inteligencia.
Vestido de grandeza insuperable,
esconde bajo su túnica
el gran secreto de la existencia.
Y este Dios, ya nombrado,
tejido de luz,
qué mediocre resulta siempre
bajo nuestra mirada.
Con ruda roca esculpimos tan pobre imagen,
la mejor obra posible
levantada por nuestras manos.
Dios y su paraíso para dar respuesta
a la muerte,
para satisfacer la incomprensión
la justificación de lo fortuito,
la insensatez de no tener causa visible,
la injusticia de la vida,
su dolor, pobreza, maldad
por la redención del sufrimiento.
Este insignificante ser que sueña
con ser como Dios,
dominar la tierra y sus confines,
alcanzar las alturas del universo,
acaparar bajo su mando
entre sus cortos brazos
el imperio cósmico,
la inmensidad de lo eterno.

Dios, cómo dirigirme a ti
con la escasez de mis palabras
y la imaginación torpe,
sumisa al bagaje que carga mi cerebro.
¡Qué humanidad ilusa,
soberbia de estar en la cima
de la jerarquía animal!
Dios, ¿qué nombre darte
que no contenga las letras
de un abecedario?,
¿qué calificativo que se ajuste
al perfecto sustantivo?,
¿qué don otorgarte y no errar?
¿Cómo dialogar con mis palabras
y tu silencio,
con tu suspiro inaudible?
¿Con qué ojos ve este Dios
y qué orejas nos escucha
si su enigmática sustancia,
aunque hecha del mismo polvo,
hace descomunal su tamaño
y sus geometrías perfectas?
¿Cómo obtener la Única fórmula
con nuestros números?
¿Cómo crear con esta materia endeble
tan perfecto diamante?
¿A qué Dios rezar?
¿En qué vasto territorio
tiene su casa,
de qué país de Jauja
será único habitante?

En esta silla se sienta el silencio

 En esta silla se sienta el silencio
y espera.
Sin confianza y distraída,
la vida le pasa por delante.
Hay más sillas repartidas por la casa
pero no tiene piernas adecuadas
para caminar hacia ellas.
Su posición en una esquina
le permite tomar algunos rayos de sol,
sin embargo, no puede evitar
que estos además de darle cálidos abrazos
también borren poco a poco
el brillo de su barniz.
Ella misma se consuela
meciéndose con ayuda del aire
que entra por la ventana
y soporta estoica la intemperie
de la tristeza de un abandono.
No permite ya que su balanceo
murmure decepción ni reclamo.
Hace tiempo que perdió la esperanza
y con ella se marchó el afán
por lograr una explicación.
Retiene en su frío cojín
el resentimiento de aquel cuerpo
que nunca con ella se sinceró.

Este pueblo de obispos y beatos

 Este pueblo de obispos y beatos
tiene rostro de nobleza y orgullo.
Entre muros robustos, la piedra
rodante resiste los pasos del tiempo.
Tierra de campos y colinas,
donde lo verde siembra frutos maduros,
gula de vientres hartos,
semillas para hambrientas bocas.
Luz de un cielo azul, nubes blancas,
fuente sonora, sagrados cipreses,
templos profanados
y melodías de campanas.
Altos vuelos de aves
y, a ras del suelo, sus sombras.
Horas de tantas voces
y solemne silencio,
horizonte de sueños y promesas,
muralla de tejados por donde caminan
las palomas con sueños de libertad.
Sin corona de oro,
se alza humilde su cruz pétrea,
aspirando lo eterno.

Tus razones no son mis razones

 Tus razones no son mis razones
y con mi razón a Tu razón no llego.
Quizá no sea cuestión de lógica
la Verdad absoluta,
dilucidar con tan torpes palabras
lo irresoluble.
¿Cómo ganar en fuerza con la pelusa
al Polvo cósmico?
Los cristales de nuestros ojos
no soportan la Luz impenetrable,
ni llega a nuestras orejas
la voz de la Certeza rotunda
indisoluble, indivisible,
eterna, divina.
Para nuestras manos innobles,
¿qué dedos podrán rozar siquiera
la eternidad inefable?

El mundo sin sentidos no existe

 El mundo sin sentidos no existe.
¿Acaso le duele a la sombra
de este cuerpo las pisadas,
sangra si la golpean,
coge frío bajo la lluvia,
teme en la solitaria calle  
el vagar de las ánimas?
No mata la bala homicida
la silueta sobre la piedra de la paloma.
Mientras la sólida materia
se estremece por los aullidos de un perro
en el silencio de la noche,
¿qué le importa a las alargadas sombras
que rondan las farolas
sus malos augurios de muerte?
No podrán clavar sus colmillos
en su sustancia de aire,
no llevarán prendidos sus despojos
entre las fauces.
Solo el rayo penetrante la devora,
la destruye, la convierte en haz de polvo.
Ausente, suspendida por un tiempo breve,
volverá a caer su leve peso sobre la tierra.

Exiliado de un país sin nombre

 Exiliado de un país sin nombre,
caminé desiertos,
navegué océanos,
me perdí por oscuros bosques,
llegué a verdes valles,
rodeé montañas,
atravesé ríos,
encontré aldeas,
y me hice a sus costumbres.
Llevo en el alma su vacío
y retumba en mi corazón
el eco de su amada voz.
Me siento extranjero allá donde voy,
sin encontrar los contornos
que contenga la imagen
guardada en algún lugar de mi memoria.
Pienso que tal vez, fue un sueño
ser habitante de un paisaje que no existe.
Con el tiempo dudo y pierdo la fe de encontrarlo.
Esta aventura sin meta ni retorno
es un odisea para dioses
pues adónde ir, cómo buscar sin mapa
el hogar que un corazón añora
y la razón no acierta a orientarse.

En la nada, ni piedra ni arena

 En la nada, ni piedra ni arena.
Y, sin embargo,
sobre su vacía sustancia
se levantan infinitos universos.

La casa del ayer es extensa y tiene

 La casa del ayer es extensa y tiene
pasillos laberínticos,
sus numerosas estancias
adquieren una atmósfera brumosa.
No hay cortinas en las ventanas
ni balcones sino ligeros visillos de tul
que dejan entrar una claridad traslúcida.
En los días de viento se agitan
como velos de novia,
mostrando su rostro pálido
y melancólico.
Entra el aire con ímpetu,
desordena las íntimas enaguas de la memoria,
levanta un oleaje de instantes
por aquel desolado lugar.
Brotan cascadas de pensamientos
y torbellinos de nostalgia.
Al colarse por los resquicios
aúlla una manada de lobos.
La fresca brisa de la primavera
siembra sus espacios con trinos de aves
y pétalos de flores.
A aquellos recovecos oscuros
regresa una luz perdida.
En su soledad rondan ecos
de risas y  llantos.
Hay días que el sol entra a hurtadillas
y rompe la penumbra
instalada por los rincones.
Ilumina hasta lo más profundo
y dibuja claros reflejos,
perfila esquinas y resalta detalles,
allí donde dejó el tiempo su paso.
De sorpresa el alma se conmueve
y se regocija.
Mientras los ojos se recrean por los cuartos,
pasea por un cementerio
donde antes palpitaba la vida,
encuentra objetos abandonados,
desvencijados muebles,
fotos con los cristales rotos.
Ha entrado el sol a raudales
y alumbra un bello recuerdo.
La vida pasa muy rápido
cuando se mira el trecho cruzado.

Contábamos las horas, los días,
los meses, repetimos rituales
y negábamos el vértigo de su velocidad.
Al mirar aquel sendero remoto,
qué apretado se ve todo lo andado,
qué fugaz fue aquel momento concreto.
Qué ingenuidad la nuestra,
soñar con esa casa siempre intacta.
Nada de lo que se abandona
resiste el deterioro del tiempo.
Pensábamos, acaso, que el frío y el calor
el viento, las lluvias,
el relente de las noches
y los ardores de los veranos,
el polvo, las hojas secas de los otoños
arrastradas hasta su interior,
no iba todo a desconchar las paredes,
acumular lodo y telarañas,
desvencijarse las ventanas
y romperse los cristales
con los granizos y las piedras
tiradas por el loco por simple placer.

Esta casa ya no es habitable.
No podremos pernoctar alguna noche
que vayamos de paso.
Podremos recorrerla con cuidado,
no se desprenda algún cascote
del techo, se nos clave alguna
astilla de la vieja madera
de los quicios.
Tendremos que pisar con tiento
y salir pitando si hicieron nido
alguna travesura de ratas.
Pero, esta casa, es nuestra casa,
aunque no podamos evitar su decadencia.
Siempre quedarán sus estancias,
sus muros levantados,
su estructura firme,
aún sin ver bien en sus salas oscuras,
y perder el calor del hogar apagado.
Impresa y comprimida está su esencia.
Nuestra casa y sus olores van con nosotros,
aunque se cocinan otros guisos
que volarán a un apagado fuego.
Desde la distancia nuestra casa
parece aún más grande, pero diluida
como un espejismo en la bruma del aire.
Cuán pronto envejecen los instantes vestidos
con nuevas telas.

Ah, nuestra añorada casa de un anterior cobijo.
Tú sabes igual que yo que quererte atrapar
es una encarnizada lucha
por dar final feliz a una tragedia.

Pasamos rápido este bosque

 Pasamos rápido este bosque
de apretada arboleda.
Desde este presente reconocemos que
fue arduo el camino
y ¡qué largo parece!
Creímos entretenernos en los detalles,
estirábamos los relojes y no vimos
el correr de los calendarios.
Ahora todo aquello se junta en un suspiro leve.

Hay tramos oscuros y abiertos claros.
Cuando el ramaje hace reverencia al cielo,
penetran en avalancha los rayos del sol.
Las hojas, antes pardas, tornan en verde brillante,
se enciende un resplandor diáfano,
albor de niebla, corona lunar,
día en la noche.
Cae desde el cielo una lluvia
de estrellitas amarillas.
El aire adquiere una cristalina transparencia
y el paisaje recobra su grandiosa belleza.
Lejos quedaron los temores,
las trampas y su gélida atmósfera.
Se esconden asustadas las sombras
tras los troncos con miradas esquivas.
Dios es compasivo, rasga la oscuridad
del denso bosque y vuelca la luz
de un firmamento infinito.

Mirarlos aún protegidos por la inocencia

Mirarlos aún protegidos por la inocencia,
acogidos en sus tiernos brazos.
¿Cómo mirar esa foto y no sentir
nostalgia de aquel ayer,
en el que el tiempo borra sus perfiles
y no deja olvido del dolor
por la muerte constante
de lo bello?

No sé qué les ocurre a los relojes

 No sé qué les ocurre a los relojes,
qué prisa les ha entrado,
van sus frágiles segundos
y sus lacayos minutos con tal urgencia
que parecen ser ellos los que tiran
de las agujas como bestias de carga.
Sería una distracción para un hermoso baile
su rítmico tic tac,
pero saltan por sorpresa las alarmas
azuzando tus pasos.
No es un juego esta carrera.
Como engarzados vagones de un tren,
va una semana tras otra.
Cruza por delante de tu vista el tiempo
con rabiosa premura por llegar
no sabemos a qué destino.
Sus ruedas levantan una nube de polvo,
te envuelve y arrastra con violencia.
A veces, me gustaría desprenderme
de este caudillo justiciero.
¡Ah!, pero están los ruidos de una rutina
separando los espacios,
obedeciendo su determinante orden.
Colabora un sol que pasea por el horizonte,
sin hacer pausa ni día ni noche.

Son mis párpados muselina
y mis ojos se acostumbran
a un paisaje difuminado
donde los detalles se dispersan y pierden
en la atmósfera del horizonte,
lienzo salpicado de manchas
de distinto grosor y tamaño:
los días, comas;
las semanas, punto;
los meses, dos puntos de serie de calendarios
por punto y seguido separados.
La vida, puntos suspensivos
con monotonía de horas.

Tralará tralará

 Hoy es miércoles, ¡caracoles!
y hemos tenido aguas mil en este abril.
Si canto mi mal espanto,
pero él no tiene miedo.
Dijo el poeta, ¡luz más luz!,
y vino el apagón.
Añadió el sabio, solo sé que no sé nada
y no hay nada mejor que saber sin preguntar,
no te mates por saber pues el tiempo te lo dirá.
Saquemos conclusión de la historia,
del amor amamantado,
de la mano diestra,
del dedo índice que señala.
Con las letras menudas aprendí
esta canción entre juegos.
Digan ustedes qué santo patrón sería
y cuán grande su ingenio
que, con el germen de la verdad,
creó esta gran fábula,
mentirijillas de patas muy largas
para alcanzar la luna y rebotar su eco.
Con un simple tarareo sigamos el compás,
tralará, tralará.

Este puso un huevo,
este lo echó al fuego,
este lo peló,
este le echó la sal
y este gordito, gordito,
¡se lo comió enterito!
Tralará, tralará.

Es tarde de siesta

 Es tarde de siesta,
en el silencio bulle la vida.
Había frescura en aquella estancia
de tabiques de cal y suelo de cemento.
En días luminosos de primavera
se perdían los pies entre retamas.
Alegre algarabía de cantos de pájaros
en las mañanas y, al llegar el cenit,
flotaba en el aire su zumbido,
melodía de la calma.
Es recuerdo indeleble
la impertinencia de su danza,
de soledad sin rejas,
abiertas las alas al gozo.
Juegan al incordio del sosiego,
revolotean a su alrededor,
rozan la oreja, se posan en la nariz,
suben por los brazos
huyen de la frente a la palmetada.
Corro de patio sobre tu cabeza,
anuncian el tórrido estío.
En sus alargadas sombras
buscan el cuerpo que dormita
al consuelo de la penumbra.
Y, concienzudas, siguen en su empeño,
las molestas,
juguetonas hadas de la memoria,
las moscas.