Sé que las sombras no siempre son grises

 Sé que las sombras no siempre son grises,
sino niebla que oculta lo que hay detrás,
quizá, un pájaro que vuela,
la verde colina,
el abrazo del sol,
el océano de un cielo.

Quieres volver a ver sus canalones

 Quieres volver a ver sus canalones
derrochando sobre las piedras
caudalosos ríos,
sus hilos de plata correr
cuesta abajo por la calle 
dejando su brillo de azogue 
sobre los adoquines.
Se hace el recuerdo tan amado
que olvidas en los huesos el frío
de los días de invierno.
No tiene remedio añorar 
perdida la razón del viaje
duele dejar el aposento caliente
donde hará escarcha el abandono.

Ahí sigue mi niña canturreando

 Ahí sigue mi niña canturreando,
protegida de parterres y naranjos,
rodeada de muros y recias piedras,
levantadas para gloria y oraciones.
El campanario silencioso
dejan al vuelo sus campanas
alas de palomas.

Caminan bajo la lluvia

 Caminan bajo la lluvia.
Es lluvia benévola pero cala,
traspasa las prendas, la piel, la carne 
y llega a los huesos.
Moja con dulzura y empuja los pasos
para abandonar la nube 
ceñida sobre sus cabezas.
Caminan juntos una mujer
y un hombre,
al fondo ruge el caudal del río.
Es noche húmeda y brumosa,
golpean las gotas la tierra
al compás de una melodía desconocida.
Caminan, caminan, caminan,
hasta encontrar cobijo.

Siempre la huida

 Siempre la huida, 
quizá porque el azar quiere
frenar sus pasos y se resiste.
Siempre huyendo hacia otro territorio
con el alma insatisfecha
y el cuerpo incómodo.
Tendría una razón
la búsqueda pero nunca
se presentaba clara
y el refugio se escondía
sobre el mapa confuso de la fortuna.
De lo abandonado queda a veces,
el arrepentimiento,
la añoranza,
el error,
la culpa,
el consuelo.
Huir siempre en un laberinto
y tropezar con sus esquinas,
retroceder al chocar contra sus muros,
desenredar esa maraña ,
tirar del cabo principal,
hacerlo línea recta 
hasta llegar a un nuevo destino 
que, para el que huye ,
siempre será efímero.

No estoy aquí para ser fuego

 No estoy aquí para ser fuego,
sino chispa que lo prenda.
No para ser lluvia,
sino gota que calma la sed
de la hierba seca.
No hago playa,
soy grano de arena y guijarro
arrastrado por la orilla
al fondo del mar.

Ha salido a caminar

 Ha salido a caminar
el hombre de oscuro
por la calle solitaria 
cuando empieza a caer la bulliciosa mañana 
al silencio de la tarde.
Se ha cruzado con un hombre joven
que marcha ligero a paso acompasado.
Él va torcido, su cuerpo cede 
hacia el lado derecho con un ligero cojeo.
Antes de llegar a la esquina
se vuelve a mirarle,
tal vez, con envidia, 
con nostalgia,
con pesadumbre.
Continuó lento un trecho más
y tomó de nuevo el mismo camino de regreso,
escorado como un barco,
por el viento inclinado,
por el agitado mar,
por el peso de la vida.

Me echaste

 Me echaste, 
sabías que adoraba tus brazos de piedra.
Me echaste
o tal vez fui yo
quién no supo ver tras los tejados.
Me dejé abrumar por el secreto
al otro lado del tabique
de voces sin una historia.
El silencio y la soledad se agrandaban
como las malvas sombras 
de los atardeceres.
Me echaste,
me fui,
ya nada importa.
Habrá que seguir donde el cuerpo
se asienta al fondo del vaso
como la sal mal disuelta.
Dejemos esta partida en tablas,
este reproche de espejos,
nos expulsamos
y, sin embargo,
cuánto te echo de menos.
¿Añoras quizá mi presencia?
¿Esta anodina masa que cruza la plaza en la noche?
¿Estas manos que acariciaban tu piedra?
Nunca volverá ese horizonte,
serán otras distancias, 
otras miradas
y tanto vacío de un amor 
que se abandona.

Tiene razones el día para buscar la noche

 Tiene razones el día para buscar la noche:
el cansancio de los minutos,
la nube traicionera,
el viento que desordena los pensamientos,
la deuda sagrada con existir
que a veces, tanto pesa.
Sin embargo, qué dulce reposo,
qué olvido y ausencia de obligaciones.
Allí, abrazada de oscuridad y silencio,
el alma gravita por lugares indómitos.
Héroe siempre victorioso,
crea con lo imposible y cotidiano
una realidad más amplia
y regresa a la vigilia ileso.
Ese territorio cada noche se construye
con materiales confusos y brumosos
y de una misma masa substrae 
la sustancia sólida de nuestros andamios.
Al resurgir el día se desmorona,
se hace arena de un reloj de urgencias.

El caminante va por este río ceñido de vasta vegetación

El caminante va por este río ceñido de vasta vegetación, férreo entresijo de ramas, troncos, hiedras que trepan sobre la hierba y escalan las altas copas de los árboles. Forman una muralla infranqueable y a trozos abre una pequeña puerta natural, un caminito facilita asomarse a la dócil corriente. Al otro lado del camino se extienden unos prados verdes. El caminante va en silencio y su paso es gozoso con el crujir de las hojas húmedas bajo sus pies. Cayó en la mañana una suave lluvia fugaz, dejó sobre un cielo azul un radiante sol. En su calmado mar navegan espumosas nubes blancas.

El caminante apenas se cruza con otro caminante. En la soledad palpita una multitud invisible. Aves sorprendidas salen volando de entre las ramas de los árboles, una garza enorme, solitaria cruza de un extremo al otro el cauce del río, se posa en una piedra. Su figura es altiva y elegante y, antes que el caminante quisiera plasmar su imagen para siempre, levanta sus amplias alas y, sobre la poca corriente, se aleja para verla regresar de nuevo.

El caminante descubre lugares hermosos, en el aire fluye un sinfín de aromas. Revolotean pequeñas mariposas, compiten en gracia y color con las hojas secas anaranjadas que como una dulce lluvia caen sobre la tierra. Tras una valla de alambres hay dos caballos percherones. Miran al caminante con inteligencia. Sobre la hierba brillan millares de gotitas de lluvia como perlas de plata. No muy lejos se esparcen pequeños bosques de coníferas.

El mundo está en paz, da un abrazo fraternal. La vida emerge de la tierra protegida y amada por un grandioso firmamento. Y el caminante, consciente de tanta belleza, suspira y se entristece, pues siente su corazón frío sin entender por qué este fuego no le abriga.

Pasó la hora, el día, el mes, el año

 Pasó la hora, el día, el mes, el año,
pasó el tiempo, la vida arrastró
lo que encontró por su cauce,
el ramaje caído, las piedras tiradas
a su fondo, el limo depositado.
Fuimos extraños entre amigos,
el forastero que a nadie conoce
y busca hospedaje en un lugar oscuro.
Vimos amanecer con los ojos
ebrios de ilusiones,
el mediodía se alargó hasta
la calma de una larga tarde.
Fue la luz traicionera, 
la calle sin nombre,
la luna atada al dedo por un hilo
tu único rayo,
que, de vez en cuando, desaparecía
entre los árboles, asomaba
el rostro entre la sombras
para volver a esconderse tras una nube.
Pasó la cronología de agendas y relojes.
Marchaba la inocencia, 
callada, vestida de luto,
el gusto perdido,
sin norte la brújula,
la emoción aletargada,
desvelado el sueño,
perder el paraíso.

Aunque la verdad era otra

 Aunque la verdad era otra,
esa que la razón niega 
mientras el corazón entiende
pero consiente y calla por miedo 
a no tener ese suelo firme 
bajo sus pies y caer al vacío.

No tiene sentido el mundo,
nada importa ni consuela.
El cielo, qué importa ya ese cielo,
antes era de una belleza rotunda 
cubierto de nubes blancas y esponjosas.
Ni aquel azul intenso 
de un hermoso y sereno mar,
cuyos volantes de espuma 
lo engullen y lo ahogan.

Tal vez, el brillo de un rayo de sol
penetre por su cristalino
y vuelvan a encenderse
estrellitas en su fondo
y se colme el firmamento 
que se tragó tantas noches
en un día luminoso.
Recuperar al menos, uno, solo uno
de los conceptos,
PAZ

Juguetes

 Tenía entonces el juego sus reglas,
su propio lenguaje. 
Qué inútiles parecían
ante la mirada inocente
y en el mundo por dibujar
entraban sin entenderlo.
En esa edad dulce,
no había imposibles.
Inventábamos palabras, 
bastaba la vocal perfecta,
y salía de la boca el asombro,
la risa, el grito, el llanto.

Siempre conservamos alguna reliquia,
por cariño y apego de un nostálgico ayer.
Mostraban sus defectos
y su desaliñada indumentaria.
Después, tal vez, por el uso desgastados
o cansados de tenerlos, les cogimos manía ,
quedaron al olvido en un sótano
y en alguna limpieza acababan 
en el contenedor de basura. 
Cuántos se fueron por viejos, por rotos,
fueron tantos los que resultaron
tan precarios, de un material tan deficiente
que una racha de aire los hacían añicos.
Ah, han perdido los significados,
como prendas de las que uno se despoja,
poco a poco quedándose totalmente desnudo.
Sí, iban perdiendo su verdadero significado,
desolados como un crío que,
entre la multitud no ve a su madre,
y la llama a gritos y nadie lo escucha ni atiende,
se mete en un rincón a llorar,
sorbiendo los mocos en su terrible abandono.
Y volviéndonos más prácticos
–o más desengañados,
para el caso es lo mismo–,
fuimos descartando para crear 
un espacio libre y diáfano,
más aséptico y moderno.