El caminante va por este río ceñido de vasta vegetación

El caminante va por este río ceñido de vasta vegetación, férreo entresijo de ramas, troncos, hiedras que trepan sobre la hierba y escalan las altas copas de los árboles. Forman una muralla infranqueable y a trozos abre una pequeña puerta natural, un caminito facilita asomarse a la dócil corriente. Al otro lado del camino se extienden unos prados verdes. El caminante va en silencio y su paso es gozoso con el crujir de las hojas húmedas bajo sus pies. Cayó en la mañana una suave lluvia fugaz, dejó sobre un cielo azul un radiante sol. En su calmado mar navegan espumosas nubes blancas.

El caminante apenas se cruza con otro caminante. En la soledad palpita una multitud invisible. Aves sorprendidas salen volando de entre las ramas de los árboles, una garza enorme, solitaria cruza de un extremo al otro el cauce del río, se posa en una piedra. Su figura es altiva y elegante y, antes que el caminante quisiera plasmar su imagen para siempre, levanta sus amplias alas y, sobre la poca corriente, se aleja para verla regresar de nuevo.

El caminante descubre lugares hermosos, en el aire fluye un sinfín de aromas. Revolotean pequeñas mariposas, compiten en gracia y color con las hojas secas anaranjadas que como una dulce lluvia caen sobre la tierra. Tras una valla de alambres hay dos caballos percherones. Miran al caminante con inteligencia. Sobre la hierba brillan millares de gotitas de lluvia como perlas de plata. No muy lejos se esparcen pequeños bosques de coníferas.

El mundo está en paz, da un abrazo fraternal. La vida emerge de la tierra protegida y amada por un grandioso firmamento. Y el caminante, consciente de tanta belleza, suspira y se entristece, pues siente su corazón frío sin entender por qué este fuego no le abriga.

Pasó la hora, el día, el mes, el año

 Pasó la hora, el día, el mes, el año,
pasó el tiempo, la vida arrastró
lo que encontró por su cauce,
el ramaje caído, las piedras tiradas
a su fondo, el limo depositado.
Fuimos extraños entre amigos,
el forastero que a nadie conoce
y busca hospedaje en un lugar oscuro.
Vimos amanecer con los ojos
ebrios de ilusiones,
el mediodía se alargó hasta
la calma de una larga tarde.
Fue la luz traicionera, 
la calle sin nombre,
la luna atada al dedo por un hilo
tu único rayo,
que, de vez en cuando, desaparecía
entre los árboles, asomaba
el rostro entre la sombras
para volver a esconderse tras una nube.
Pasó la cronología de agendas y relojes.
Marchaba la inocencia, 
callada, vestida de luto,
el gusto perdido,
sin norte la brújula,
la emoción aletargada,
desvelado el sueño,
perder el paraíso.

Aunque la verdad era otra

 Aunque la verdad era otra,
esa que la razón niega 
mientras el corazón entiende
pero consiente y calla por miedo 
a no tener ese suelo firme 
bajo sus pies y caer al vacío.

No tiene sentido el mundo,
nada importa ni consuela.
El cielo, qué importa ya ese cielo,
antes era de una belleza rotunda 
cubierto de nubes blancas y esponjosas.
Ni aquel azul intenso 
de un hermoso y sereno mar,
cuyos volantes de espuma 
lo engullen y lo ahogan.

Tal vez, el brillo de un rayo de sol
penetre por su cristalino
y vuelvan a encenderse
estrellitas en su fondo
y se colme el firmamento 
que se tragó tantas noches
en un día luminoso.
Recuperar al menos, uno, solo uno
de los conceptos,
PAZ

Juguetes

 Tenía entonces el juego sus reglas,
su propio lenguaje. 
Qué inútiles parecían
ante la mirada inocente
y en el mundo por dibujar
entraban sin entenderlo.
En esa edad dulce,
no había imposibles.
Inventábamos palabras, 
bastaba la vocal perfecta,
y salía de la boca el asombro,
la risa, el grito, el llanto.

Siempre conservamos alguna reliquia,
por cariño y apego de un nostálgico ayer.
Mostraban sus defectos
y su desaliñada indumentaria.
Después, tal vez, por el uso desgastados
o cansados de tenerlos, les cogimos manía ,
quedaron al olvido en un sótano
y en alguna limpieza acababan 
en el contenedor de basura. 
Cuántos se fueron por viejos, por rotos,
fueron tantos los que resultaron
tan precarios, de un material tan deficiente
que una racha de aire los hacían añicos.
Ah, han perdido los significados,
como prendas de las que uno se despoja,
poco a poco quedándose totalmente desnudo.
Sí, iban perdiendo su verdadero significado,
desolados como un crío que,
entre la multitud no ve a su madre,
y la llama a gritos y nadie lo escucha ni atiende,
se mete en un rincón a llorar,
sorbiendo los mocos en su terrible abandono.
Y volviéndonos más prácticos
–o más desengañados,
para el caso es lo mismo–,
fuimos descartando para crear 
un espacio libre y diáfano,
más aséptico y moderno.

Puntos que se mueven por lugares

 Puntos que se mueven por lugares 
en un mundo terroso y encharcado
donde se hunde la hojarasca 
de un bosque oscuro.
Y la compasiva mirada de este
que indaga y rebusca el germen 
en este barrizal,
araña un indicio de las profundas vísceras de su ser,
para creer que aún existe 
aquel claro manantial 
que se camufla, se pierde y se esconde
por entre rocas endurecidas. 

Hay tantos gestos en un rostro

 Hay tantos gestos en un rostro,
tantos semblantes en un lugar,
nunca se termina por descubrir
un fondo que vierte
su continuo manantial 
al foso profundo de la mirada
que a cada instante crea 
un nuevo mundo.

Somos una tesela irregular

Somos una tesela irregular,
algo indefinible,
incompleta forma,
a la que, por justificarla
de algún modo,
llamamos identidad,
aunque sabemos que es un remedo.
Frente al espejo de la consciencia
y la mirada del otro,
una figura se va transformando
manteniendo el eje en equilibrio,
ajustando siempre una disonancia
para no sorprenderse ante un extraño.

Sin temor llevo a mi lado

 Sin temor llevo a mi lado
esa compañía que todos consideran siniestra.
Aunque parece mi sombra,
soy yo su lastre,
me enseña a no mirar atrás,
porque más hiere aquel sol
que este que brilla en el horizonte.

Cualquier argumento nos vale

 Cualquier argumento nos vale
para entender este confuso texto.
Sembramos la semilla de la palabra
del árbol de la razón y el juicio.
Después dejemos a la primavera
madurar sus frutos y nos quite 
el hambre de conocer y el miedo a la duda. 
Huellas perdidas en la lejanía
que dejan sobre el lienzo unos surcos
en blanco con código encriptado.
La sal del ancho océano del tiempo
que corre, vence días y caduca agendas,
empaña su transparencia.
Y la frágil, ingenua y tramposa memoria,
impulsando el pie de la voluntad,
saca del fondo oscuro 
algo parecido a un sueño
que atrapa al desvelado
inventa, elimina o suma
para narrar el relato de su verdad.
En un proceso inverso 
tratamos reconstruir la urdimbre 
del tejido virgen
a partir de los hilos sueltos,
sin guía ni dibujo sobre un papel.
Partiendo del error del presente 
o la perspectiva distorsionada,
movemos piezas deformes
sobre un tablero de cristal
con falsos reflejos. 
Dibujan sombras chinescas
sobre la pantalla de la mente
simples imágenes oníricas,
y asustan sus sombras de gigantes
de un sombrío bosque,
elevados árboles que ocultan el río.
Nos llega su rumor pero no vemos su agua.
Persiste lo sustancial en este misterio 
de renovado aspecto
creador y destructor de infinitas apariencias.
Esta entidad amorfa
que no ocupa espacio,
consistencia impalpable,
que fluye por una sospechada
eternidad.

Lastimero viento

 Lastimero viento,
deja de molestar con tu pena.
¿Por qué pides posada 
en este hogar?,
¿no ves que no eres bien recibido?
Oigo tu lamento insistente, 
triste de desvalido animal.
¿A qué vienes llorando
tras mi puerta,
golpeando los cristales
de las ventanas?
No aceptas mi desprecio a tu llanto.
¡Deja ya de gemir
como una plañidera,
igual que un mendigo vagabundo!
Aquí en mi reino,
eres un intruso indeseable,
¡Vete a otros territorios!
Quiero el sosiego
y tú irritas mis oídos,
crispas mis nervios
con tu continuo reclamo.
Viento que hoy pides refugio,
¿has olvidado
cuando arrancaste con ira
las flores de mi jardín
impidiendo que nacieran sus frutos?
Maldito seas por siempre.
Ahora vienes a pedir perdón,
tú, que fuiste enemigo de mi calma,
objeto de mi dolorosa pérdida.
Solo te admitiré si te acercas
de forma benevolente,
suave como un suspiro,
cálido aliento, aliado del sol
de invierno
o brisa fresca 
de las noches de verano.
¡Fuera!
Vuelve cuando estés
de verdad arrepentido.

No hay que darle tanta importancia

 No hay que darle tanta importancia
a la vida, solo la justa.
Los fuegos artificiales alumbran 
un instante la oscuridad del cielo,
después está la noche
con sus pequeños puntos luminosos.
En su ancha y espesa negrura
alguna vez brilla intensa una blanca luna llena,
como una perla en la profundidad de un océano.
El miedo agazapado nos vigila 
detrás de aquellas montañas,
se presiente y deja su vaho
dibujado en nubes grises
cubriendo el horizonte de brumas.

Ellos creen que tienen la palabra

 Ellos creen que tienen la palabra,
pero no tienen la voz de la vida.
Ellos levantan fortalezas 
que caen dóciles 
al empuje del dedo índice 
del cosmos
Ellos buscan el poder,
se suben a pedestales,
no gritan pero penetran
en la sangre sus murmullos.
Ellos encienden el fuego
que dicen apagar,
pero nada pueden ante la fuente
que brota del mundo.
Un simple rayo incendia un alma.
Ellos cavan túneles para hacer
correr sus engaños,
esconder sus cadáveres,
cubriendo de brillo sus bajas intenciones.
Pero el suave vuelo de una pluma 
levanta tierra y los hunde
en su propio estiércol.
Ellos se creen dioses,
benévolos y sabios,
dueños del paraíso terrenal
que acotan con murallas
para que el desperdicio no entre.
Pero surcará en el cielo 
una blanca nube preñada, 
que parirá pequeñas gotas
que los ahogarán en su charco.
Hay un ojo que vigila más allá
de esas negras pupilas,
que mata a ciegas
y ellos serán mísera carne 
como la carne que ellos ultrajan.