Si soy poeta, me preguntas

 Si soy poeta, me preguntas.
Te diré: si poeta significa pulir
la roca hasta extraer el diamante,
te contestaría con un no rotundo.
Si me dices que bastaría con sacar
alguna vez brillo a las palabras,
entonces, tal vez lo logré.
Cuántos días con la urgencia
de la rutina,
interrumpida entre una obligación
y otra,
extrayendo trocitos tiempo de las horas,
componía un mosaico.
Cuántas veces quedaron esas criaturas
tal como fueron paridas, sin limpiar
la grasa que les cubría.
Movida por la urgencia de dejar
salir de mis entrañas y pasadas rápido
por la razón,
ajustaba el sentimiento al pensar.
Buscaba debajo de su coraza,
el cuerpo carnoso que ocultaba
y cuántas veces mordí solo hueso.

Te diría entonces, con el alma en la mano,
que, si quise entrar en tan oscuro bosque,
nunca lo hice con miedo,
aunque sí protegida con las adecuadas armas,
no fuera que, por ir al paraíso,
me encontrara con el infierno.
Si todo este camino lo recorren los poetas,
yo soy uno de ellos.
De todo hay en este patio
de colegio,
donde unos pretenden jugar a ser eternos
mientras otros se afanan en tocar tierra
y levantar su propio mundo.

Hay tiempos con distintos sabores

 Hay tiempos con distintos sabores.
Qué dulces estos que traen
la melodía de una canción,
tan llenos de promesas,
nada malo podía ocurrir.
Qué hermoso el mundo,
qué lujuria de bellos colores,
qué cielo más azul,
qué ensueño estos jardines,
qué orgía de trinos hay entre las ramas
de estos árboles.
¡Cuántos placeres promete este espejismo!

Va expirando la claridad

 Va expirando la claridad
en este atardecer traslúcido
cubierto de un gris diáfano.
Se alargan las horas del día
que saborea el dulce almíbar
de la festiva primavera.
Lamen las sombras la luz de un sol
oculto tras las nubes
y se perpetúa el ajetreo por las calles,
va la gente con ansias de vida.
Este maravilloso tiempo de un aire
cargado de aromas a tierra ardiente
germinado de semillas.
Al caer la noche aún seguirán
en la plaza los niños jugando
y los viejos disfrutará de sus conversaciones
sobre sus achaques y sus trabajosas rutinas.
Agotarán los minutos antes de volver
a sus hogares.
También se rejuvenecen
tras pasar un largo invierno
recogidos al abrigo.

En estos ojos cerrados

 En estos ojos cerrados
se bañó un infinito cielo
con rayos de luna.
Dibujó estrellas en el mar
y perlas de rocío
vestían su prado verde.
Brotan flores de papel
sobre una tela de araña,
ramas de este tronco de piedra.

La madre recoge al hijo muerto

 La madre recoge al hijo muerto
descendido de la cruz.
Lo recoge a su regazo
al igual que al nacer.
Entonces recibió al niño
que se hizo hombre,
ahora acoge con dolorosa
devoción al hijo resucitado.
Ese cuerpo que fue su hijo
para vivir la eternidad.

Recorre caliente la sangre

 Recorre caliente la sangre
al abrigo del lecho,
late el corazón bajo las mantas.
A una mano le vence el sueño,
sin tacto desaparecen masa y volumen
y el blando colchón que la sostiene
será líquido tabique que se traspasa
sin encontrar fondo ni tope.
Queda la conciencia sin agarre,
confundida de sus límites.
La densa niebla oculta el campo
y su cosecha se pierde,
el humo cubre el horizonte
y la mirada se desorienta.
Las nubes ocultan el azul del cielo,
la esperanza duda
si volverá el sol a lucir mañana,
cuando el viento con su furia
las hagan huir humilladas al exilio.
Sensible son los andamios
de esta estructura levantada con argamasa falaz.
Con un dedo se derrumba,
Y entonces, si esto ocurre,
¿dónde habitarán razón y alma?

Son los mismos muros

 Son los mismos muros
y nosotros hemos cambiado tanto.
Esas altas columnas nos dieron sombras
en una tarde perdida de un lejano otoño.
De no ser por el instante
que grabó la luz que en el lugar habitaba,
tal vez, sería olvido o nublada memoria.
Han crecido los años
como altura en sus huesos
mientras estos se reducen a polvo.
Son los mismos muros
¡tan jóvenes aún!
y nosotros tan viejos.

Han florecido los naranjos

 Han florecido los naranjos
y esparcen en la noche
su dulce aroma a azahar.
Comienza la orgía
de la primavera.
Ronda por el cielo multitud de aves
y, en las mañanas,
un fluir de gente
recorre con sus miradas curiosas
los vetustos monumentos.
Ay, qué sola está la fuente
cuando las sombras la rodean.
Brilla como una diosa
y vierte por su boca
la transparencia de sus palabras.
Es su brotar canto que arrulla
a las palomas entre las ramas dormidas,
y entrega sus secretos más íntimos
al corazón del poeta.
Son sus gotas brillantes perlas de nácar,
en la noche serena su presencia
es un gozo para el alma.

Con este ligero día

 Con este ligero día,
qué pesada tarde.
Con estas horas,
cuántos años huyeron al exilio.
Este presente y sus segundos
efímeros
vuelve a recoger en un saco
roto
su tiempo líquido.
Y si todo aquello que fue,
ya no existe,
cómo tener la certeza
de que un día fuimos.

Dios de las escalas del infinito

 Dios de las escalas del infinito,
ecuación sin solución,
incógnita irresoluble.
Dios, que supedita al hombre
a levantar un Padre Omnipotente,
un Creador Supremo,
con el ingenio de sus palabras,
metáforas, razones,
miedos e ignorancia.
Necesario para sus dudas y vacíos,
para su pequeñez y su fragilidad.
Dios, al que ponemos nuestras características,
Dios hecho a imagen y semejanza del hombre
por la cortedad de nuestra inteligencia.
Vestido de grandeza insuperable,
esconde bajo su túnica
el gran secreto de la existencia.
Y este Dios, ya nombrado,
tejido de luz,
qué mediocre resulta siempre
bajo nuestra mirada.
Con ruda roca esculpimos tan pobre imagen,
la mejor obra posible
levantada por nuestras manos.
Dios y su paraíso para dar respuesta
a la muerte,
para satisfacer la incomprensión
la justificación de lo fortuito,
la insensatez de no tener causa visible,
la injusticia de la vida,
su dolor, pobreza, maldad
por la redención del sufrimiento.
Este insignificante ser que sueña
con ser como Dios,
dominar la tierra y sus confines,
alcanzar las alturas del universo,
acaparar bajo su mando
entre sus cortos brazos
el imperio cósmico,
la inmensidad de lo eterno.

Dios, cómo dirigirme a ti
con la escasez de mis palabras
y la imaginación torpe,
sumisa al bagaje que carga mi cerebro.
¡Qué humanidad ilusa,
soberbia de estar en la cima
de la jerarquía animal!
Dios, ¿qué nombre darte
que no contenga las letras
de un abecedario?,
¿qué calificativo que se ajuste
al perfecto sustantivo?,
¿qué don otorgarte y no errar?
¿Cómo dialogar con mis palabras
y tu silencio,
con tu suspiro inaudible?
¿Con qué ojos ve este Dios
y qué orejas nos escucha
si su enigmática sustancia,
aunque hecha del mismo polvo,
hace descomunal su tamaño
y sus geometrías perfectas?
¿Cómo obtener la Única fórmula
con nuestros números?
¿Cómo crear con esta materia endeble
tan perfecto diamante?
¿A qué Dios rezar?
¿En qué vasto territorio
tiene su casa,
de qué país de Jauja
será único habitante?

En esta silla se sienta el silencio

 En esta silla se sienta el silencio
y espera.
Sin confianza y distraída,
la vida le pasa por delante.
Hay más sillas repartidas por la casa
pero no tiene piernas adecuadas
para caminar hacia ellas.
Su posición en una esquina
le permite tomar algunos rayos de sol,
sin embargo, no puede evitar
que estos además de darle cálidos abrazos
también borren poco a poco
el brillo de su barniz.
Ella misma se consuela
meciéndose con ayuda del aire
que entra por la ventana
y soporta estoica la intemperie
de la tristeza de un abandono.
No permite ya que su balanceo
murmure decepción ni reclamo.
Hace tiempo que perdió la esperanza
y con ella se marchó el afán
por lograr una explicación.
Retiene en su frío cojín
el resentimiento de aquel cuerpo
que nunca con ella se sinceró.

Este pueblo de obispos y beatos

 Este pueblo de obispos y beatos
tiene rostro de nobleza y orgullo.
Entre muros robustos, la piedra
rodante resiste los pasos del tiempo.
Tierra de campos y colinas,
donde lo verde siembra frutos maduros,
gula de vientres hartos,
semillas para hambrientas bocas.
Luz de un cielo azul, nubes blancas,
fuente sonora, sagrados cipreses,
templos profanados
y melodías de campanas.
Altos vuelos de aves
y, a ras del suelo, sus sombras.
Horas de tantas voces
y solemne silencio,
horizonte de sueños y promesas,
muralla de tejados por donde caminan
las palomas con sueños de libertad.
Sin corona de oro,
se alza humilde su cruz pétrea,
aspirando lo eterno.

Tus razones no son mis razones

 Tus razones no son mis razones
y con mi razón a Tu razón no llego.
Quizá no sea cuestión de lógica
la Verdad absoluta,
dilucidar con tan torpes palabras
lo irresoluble.
¿Cómo ganar en fuerza con la pelusa
al Polvo cósmico?
Los cristales de nuestros ojos
no soportan la Luz impenetrable,
ni llega a nuestras orejas
la voz de la Certeza rotunda
indisoluble, indivisible,
eterna, divina.
Para nuestras manos innobles,
¿qué dedos podrán rozar siquiera
la eternidad inefable?