Hay sueños que no son tus sueños

 Hay sueños que no son tus sueños,
son sueños de otras almas,
agitadas entre las tinieblas de la noche,
colgados sueños
de las babas de una luna llena.
Queda suspendida en el aire
esa nube de imágenes oníricas,
flota en la estancia abandonada
por otro cuerpo,
como polvo depositado 
sobre el cabecero de la cama,
adherido a las paredes,
arrinconado por espacios,
donde no llegó el viento.
Batallan aquellos sueños en territorio propio
y hacen prisionero al combatiente
que se adentró por sus senderos oscuros.  
Cae enredado entre sus cuerdas,
hundido al fondo de su pozo.
La oscuridad cómplice le abraza 
en su asfixiante atmósfera.
Son piratas de otros mundos
que asaltan la barca de este durmiente,
navegaban en un infinito océano 
zarandeado por su fuerte oleaje. 
Se apoderan del mando
y lleva al soñador a su deriva,
sumido en su delirio.
Alcanza la orilla del desvelo,
abrumado, sin norte ni sur,
hasta sentir la acaricia 
de las finas y cálidas arenas
de la playa de su monotonía.
Aún le cubre una capa seca de sal
que escuece en viejas heridas
hasta quitarse esa capa
disuelta en las aguas del río de las horas.
Desvanecida la bruma con los rayos del sol,
a ratos nos ciegan los destellos 
sobre las temblorosas gotas de rocío.

Aquel cuerpo frágil, desnudo, salta

 Aquel cuerpo frágil, desnudo, salta
de un brinco a la vida y sin saber
aún que es la soledad,
la soledad le ignora.
Y a aquel cuerpo que aprende 
sus sílabas,
nada le importa su significado,
se rodea de mundo 
de circular horizonte 
y él es su centro.
Aquel cuerpo ya ve la palabra completa,
su ortografía inamovible,
su contexto y su vacío universo.
Empieza a recibir invitados,
unos llegan y se quedan y
muchos, una vez compartieron 
entremeses en la fiesta,
marcharon poco a poco.
Y aquel cuerpo se tornó rígido
por unas partes y blando por otras
y su territorio fue quedando en abandono.
Aquel cuerpo con dificultad 
ya no distinguía de distancia
y esa fue su suerte.
Sí que notaba más frío,
como si la densidad que lo llenaba
se hiciera más débil, tan transparente
que medio ciego y con frío 
penetrando en sus huesos,
se llenaban de ausencias
los días como las hojas de un árbol.
A aquel cuerpo tan ufano, tan alegre,
que jugaba con los rayos del sol
y disputaba sus fingidas batallas
contra el viento,
ahora le aúllan a los oídos 
sus terroríficas amenazas.
Aquel cuerpo medio cubierto de harapos
ya conoce bien aquel nombre.
Su rotunda D final
es una orden y defiende
que nunca pretendió engaño,
fueron las flores,
los cantos, las risas de un paisaje,
la primavera.
Aquel cuerpo se viste de cáscaras
secas
para calentar el alma desnuda.
Ella abrazada a otras, esperaba su derrota,
ella supo siempre que al unirse
esas letras perdería la compañía 
de todas las otras.
Como ramas de un árbol de otoño
iría perdiendo todas las otras.

Sé que las sombras no siempre son grises

 Sé que las sombras no siempre son grises,
sino niebla que oculta lo que hay detrás,
quizá, un pájaro que vuela,
la verde colina,
el abrazo del sol,
el océano de un cielo.

Quieres volver a ver sus canalones

 Quieres volver a ver sus canalones
derrochando sobre las piedras
caudalosos ríos,
sus hilos de plata correr
cuesta abajo por la calle 
dejando su brillo de azogue 
sobre los adoquines.
Se hace el recuerdo tan amado
que olvidas en los huesos el frío
de los días de invierno.
No tiene remedio añorar 
perdida la razón del viaje
duele dejar el aposento caliente
donde hará escarcha el abandono.

Ahí sigue mi niña canturreando

 Ahí sigue mi niña canturreando,
protegida de parterres y naranjos,
rodeada de muros y recias piedras,
levantadas para gloria y oraciones.
El campanario silencioso
dejan al vuelo sus campanas
alas de palomas.

Caminan bajo la lluvia

 Caminan bajo la lluvia.
Es lluvia benévola pero cala,
traspasa las prendas, la piel, la carne 
y llega a los huesos.
Moja con dulzura y empuja los pasos
para abandonar la nube 
ceñida sobre sus cabezas.
Caminan juntos una mujer
y un hombre,
al fondo ruge el caudal del río.
Es noche húmeda y brumosa,
golpean las gotas la tierra
al compás de una melodía desconocida.
Caminan, caminan, caminan,
hasta encontrar cobijo.

Siempre la huida

 Siempre la huida, 
quizá porque el azar quiere
frenar sus pasos y se resiste.
Siempre huyendo hacia otro territorio
con el alma insatisfecha
y el cuerpo incómodo.
Tendría una razón
la búsqueda pero nunca
se presentaba clara
y el refugio se escondía
sobre el mapa confuso de la fortuna.
De lo abandonado queda a veces,
el arrepentimiento,
la añoranza,
el error,
la culpa,
el consuelo.
Huir siempre en un laberinto
y tropezar con sus esquinas,
retroceder al chocar contra sus muros,
desenredar esa maraña ,
tirar del cabo principal,
hacerlo línea recta 
hasta llegar a un nuevo destino 
que, para el que huye ,
siempre será efímero.

No estoy aquí para ser fuego

 No estoy aquí para ser fuego,
sino chispa que lo prenda.
No para ser lluvia,
sino gota que calma la sed
de la hierba seca.
No hago playa,
soy grano de arena y guijarro
arrastrado por la orilla
al fondo del mar.

Ha salido a caminar

 Ha salido a caminar
el hombre de oscuro
por la calle solitaria 
cuando empieza a caer la bulliciosa mañana 
al silencio de la tarde.
Se ha cruzado con un hombre joven
que marcha ligero a paso acompasado.
Él va torcido, su cuerpo cede 
hacia el lado derecho con un ligero cojeo.
Antes de llegar a la esquina
se vuelve a mirarle,
tal vez, con envidia, 
con nostalgia,
con pesadumbre.
Continuó lento un trecho más
y tomó de nuevo el mismo camino de regreso,
escorado como un barco,
por el viento inclinado,
por el agitado mar,
por el peso de la vida.

Me echaste

 Me echaste, 
sabías que adoraba tus brazos de piedra.
Me echaste
o tal vez fui yo
quién no supo ver tras los tejados.
Me dejé abrumar por el secreto
al otro lado del tabique
de voces sin una historia.
El silencio y la soledad se agrandaban
como las malvas sombras 
de los atardeceres.
Me echaste,
me fui,
ya nada importa.
Habrá que seguir donde el cuerpo
se asienta al fondo del vaso
como la sal mal disuelta.
Dejemos esta partida en tablas,
este reproche de espejos,
nos expulsamos
y, sin embargo,
cuánto te echo de menos.
¿Añoras quizá mi presencia?
¿Esta anodina masa que cruza la plaza en la noche?
¿Estas manos que acariciaban tu piedra?
Nunca volverá ese horizonte,
serán otras distancias, 
otras miradas
y tanto vacío de un amor 
que se abandona.

Tiene razones el día para buscar la noche

 Tiene razones el día para buscar la noche:
el cansancio de los minutos,
la nube traicionera,
el viento que desordena los pensamientos,
la deuda sagrada con existir
que a veces, tanto pesa.
Sin embargo, qué dulce reposo,
qué olvido y ausencia de obligaciones.
Allí, abrazada de oscuridad y silencio,
el alma gravita por lugares indómitos.
Héroe siempre victorioso,
crea con lo imposible y cotidiano
una realidad más amplia
y regresa a la vigilia ileso.
Ese territorio cada noche se construye
con materiales confusos y brumosos
y de una misma masa substrae 
la sustancia sólida de nuestros andamios.
Al resurgir el día se desmorona,
se hace arena de un reloj de urgencias.

El caminante va por este río ceñido de vasta vegetación

El caminante va por este río ceñido de vasta vegetación, férreo entresijo de ramas, troncos, hiedras que trepan sobre la hierba y escalan las altas copas de los árboles. Forman una muralla infranqueable y a trozos abre una pequeña puerta natural, un caminito facilita asomarse a la dócil corriente. Al otro lado del camino se extienden unos prados verdes. El caminante va en silencio y su paso es gozoso con el crujir de las hojas húmedas bajo sus pies. Cayó en la mañana una suave lluvia fugaz, dejó sobre un cielo azul un radiante sol. En su calmado mar navegan espumosas nubes blancas.

El caminante apenas se cruza con otro caminante. En la soledad palpita una multitud invisible. Aves sorprendidas salen volando de entre las ramas de los árboles, una garza enorme, solitaria cruza de un extremo al otro el cauce del río, se posa en una piedra. Su figura es altiva y elegante y, antes que el caminante quisiera plasmar su imagen para siempre, levanta sus amplias alas y, sobre la poca corriente, se aleja para verla regresar de nuevo.

El caminante descubre lugares hermosos, en el aire fluye un sinfín de aromas. Revolotean pequeñas mariposas, compiten en gracia y color con las hojas secas anaranjadas que como una dulce lluvia caen sobre la tierra. Tras una valla de alambres hay dos caballos percherones. Miran al caminante con inteligencia. Sobre la hierba brillan millares de gotitas de lluvia como perlas de plata. No muy lejos se esparcen pequeños bosques de coníferas.

El mundo está en paz, da un abrazo fraternal. La vida emerge de la tierra protegida y amada por un grandioso firmamento. Y el caminante, consciente de tanta belleza, suspira y se entristece, pues siente su corazón frío sin entender por qué este fuego no le abriga.

Pasó la hora, el día, el mes, el año

 Pasó la hora, el día, el mes, el año,
pasó el tiempo, la vida arrastró
lo que encontró por su cauce,
el ramaje caído, las piedras tiradas
a su fondo, el limo depositado.
Fuimos extraños entre amigos,
el forastero que a nadie conoce
y busca hospedaje en un lugar oscuro.
Vimos amanecer con los ojos
ebrios de ilusiones,
el mediodía se alargó hasta
la calma de una larga tarde.
Fue la luz traicionera, 
la calle sin nombre,
la luna atada al dedo por un hilo
tu único rayo,
que, de vez en cuando, desaparecía
entre los árboles, asomaba
el rostro entre la sombras
para volver a esconderse tras una nube.
Pasó la cronología de agendas y relojes.
Marchaba la inocencia, 
callada, vestida de luto,
el gusto perdido,
sin norte la brújula,
la emoción aletargada,
desvelado el sueño,
perder el paraíso.