Lanzado al escenario del despertar

 Lanzado al escenario del despertar,
el personaje yace ahora en un lecho caliente,
descubre que fue una ilusión,
engaño de un soñar dormido.
Todo pierde el sentido que antes tenía,
nada tiene el valor otorgado,
ni los placeres, ni los peligros,
ni el llanto ni la risa.
Lo que dolió, rasgó las entrañas,
abrió en canal el cuerpo,
brotó la sangre y las vísceras.
Resulta que no hay en la piel
ni un rasguño,
palpamos y con un suspiro,
comprobamos que el cuerpo 
no recibió perjuicio ni daño.
Del sufrimiento devuelto fue el alivio
de la alegría, obtuvo solo vacío e indiferencia.
Ahogado en la angustia, recobró el aliento.
Es por ello que dudan mis certezas,
sospechan lo que ven mis ojos
y cuestionan lo que oyen mis oídos.
Engañados van, manchados de lodo y mugre,
vestidos de gasas y sedas.
El miedo atado como sombra
a nuestros talones,
se agarra a la luz pasajera de los días
y en las noches regresa 
a un universo de retazos que serán olvido.

Cuando me miro, veo a mi padre

 Cuando me miro, veo a mi padre
en las líneas torcidas
sobre el trazo primigenio puro
y veo el rostro del tiempo,
sus pisadas sutiles que harán
el sendero de mi existencia.
Es un tiempo sin forma
ni número en un calendario.
Es la unidad de todos los instantes,
sus intervalos y el silencio
agazapado entre las notas.

La bruma de sus ayeres
enturbia la mirada,
reduce la sonrisa a una triste mueca,
deja su abandono
en cada espacio de tu ser
y alcanzas una torpe sabiduría
que sirve para bien poco.
Un consuelo quizá,
una calma sin ansias,
unos ojos que procuran
esquivar el engaño
detrás de las apariencias.

Si mis piernas frenan o corren

 Si mis piernas frenan o corren,
será porque las tengo 
y en ellas restaron flaquezas
ya desde el vientre.
Subiré ligera como una nube
o caeré como una piedra desde las alturas.
Será el viento que empuja en ambas direcciones,
trae o lleva a su antojo
una muchedumbre de cadáveres.

En paz me creía y hallé guerra en mis territorios

                                                 Cuando esperaba el bien, entonces me vino el mal;
                                                 y cuando esperaba la luz, vino la oscuridad.

                                                      Biblia del Oso. Job [30, 26]


En paz me creía y hallé guerra en mis territorios.
Esperaba la compañía y encontré soledad,
Regalé mis fuerzas y me devolvieron con abatimiento.
Di consuelo y recibí olvido.
Sabía que no era yo mi dueño,
ni mi juez, ni protector de mis días.
Conocía la procedencia de los regalos,
obtuve premio sin merecer
y por merced me dieron castigo.
A nadie ni a nada podría culpar,
ni siquiera conmutar la pena
a menos años.
No son responsables tierra o cielo,
sino la vida que tiene contados 
hasta los segundos
y el recorrido de nuestros pasos.
Su plan es desorden y abismo.
No pondré en mi boca ofensa,
ni exigiré justicia por unas razones
que ignoro.
Cuando escuece la herida,
si tengo a mano la cura, la pongo,
si falta la ayuda, que su mal no la gangrene.

Este espíritu vagabundo

 Este espíritu vagabundo
acumula viejos enseres, inútiles
cáscaras de los frutos comidos.
Los días, aun repitiéndose
en su retahíla de semanas y años,
con imagen falsa de uniformidad,
se visten sin protocolo,
de oscuro o de color.
Y al quedar desnudo el cuerpo
ves el abismo de un hueco profundo 
que traspasas de la mano y compañía 
de una infinita soledad.
Entonces, por inercia, por cordura,
te asomas y lanzas tu voz,
por la simple necesidad 
de ser devuelta por el eco.

Este rostro que se mira

 Este rostro que se mira
dice ser tener lazos consanguíneos
y lo acepta con agrado,
como al familiar que viene
a nuestro convite,
acude a la cita siempre puntual,
celebra contigo las alegrías
y llora contigo las tristezas.

Este rostro asume un nombre,
un número, una descripción,
hasta la servidumbre de unos gestos
que extrae aprendidos de otros.
Descarta defectos y virtudes,
no quiere atributos que no le pertenezcan,
ya vengan con razones conscientes
o con inconsciencia esclava.

Este rostro ha transitado por estaciones,
fresca hierba de primavera
y paja en otoño.
Nunca fue flor ni árbol
que sobresaliera del conjunto
de un jardín o un bosque,
ni su aroma era exquisito,
ni su ramaje exuberante.

Hace tiempo que este rostro se deshace,
se borran sus contornos,
dibuja trazos de un remoto ayer
ya casi olvidado,
y se acostumbra a este presente,
a su corto horizonte,
frágil línea que retiene la memoria,
tierra labrada por siglos.

Cuánta bondad ofrece este paisaje

 Cuánta bondad ofrece este paisaje
cuadro creado por un artista insigne.
Anhela el espíritu
ser pincelada de color
dentro de ese lienzo.

Fiel orden tiene el sueño

 Fiel orden tiene el sueño,
camina derecho por una lúcida senda,
sin desconcierto,
por un territorio apocalíptico
en un tiempo sin medida.
Mientras los relojes avanzan,
se pierde el ser por laberintos.
No hay reglas ni modelos ,
sino símbolos.
Sigue con pasos etéreos 
por el fluir de sus secuencias.
Sobrecogidos por miedos,
nadamos en un mar tempestuoso,
volamos por un cielo infinito.
La boca cerrada habla con palabras,
el manjar se saborea,
se escupe el sabor amargo,
se aceptan todos los perfiles romos
y aristas afiladas
con la misma convicción de lo inevitable.
Y responde el ánimo 
a la emoción provocada. 

Esa realidad que se muestra tan caótica
al diluirse la oscuridad en el alba, 
cuando se descorren las cortinas
y aparece un sol naciente,
se desmorona, su figura se deshace.
Se abren los párpados,
se sacuden las pestañas
el polvo de la noche.
Fría queda la luz de la mesilla.
Y queda esta concubina desnuda,
cubierta por las sábanas,
a esperar en la penumbra su turno.
La frase que traíamos en la punta
de la lengua aún pegada a las babas,
rescatada del secreto universal ,
se expone ante el tribunal de la vigilia,
jura sobre la biblia su testimonio.
Mas, cuestionada por el fiscal,
velador de la ley de la auténtica existencia, 
la acusa de vana, ridícula, 
rayana a lo cómico,
sin coherencia ni validez,
incongruente, hueca.

Ea, ya viene por ahí

 Ea, ya viene por ahí,
con su paso tranquilo
y su rostro pálido.
El vestido lleno de arrugas
de un apagado color.
No sé si será por el día
que hoy amaneció 
con un aspecto grisáceo, 
Viene sin paraguas,
humedecida por la fina lluvia que cae 
de unas nubes benévolas.
El cielo tiene la claridad plateada
proyectada por el sol 
que siempre vigila desde el firmamento.
No mira a la cara,
baja sus párpados hacia los pies.
De cerca se le intuye
una lágrima que sostiene
entre las pestañas y no sabe
si retenerla o dejar salir. 

Ea, ya está aquí y se cuestiona
el corazón si esquivarla.
Palpita entre la duda,
le abre o no la puerta.
Escucha su latir cansado,
se entrega al silencio del día
lleno de sutiles ecos.
Tal vez, ahora que el astro
penetra perpendicular esta tierra,
le dé brillo a sus apagadas mejillas
alguna pavesa de su fuego.

Ea, se ha parado al lado
de un banco,
a ver si se sienta 
y regresa por donde vino 
esta sombra de tristeza.

Flotan sobre las aguas

Flotan sobre las aguas
transparentes del río
balsas de musgo verde,
pequeñas islas de ranas,
dibujando la perfecta orografía
agua, yerba y piedra.

Hace brillar en la mirada

 Hace brillar en la mirada
la promesa de un sol en su vasto cielo, 
traicionado por el resplandor
de infinitos espejos falsos 
sobre un mar en calma.

Por qué el mundo borra

 Por qué el mundo borra 
la sonrisa cándida 
del rostro libre de tinieblas,
de alborozadas mejillas 
con brillo de un sol naciente.
Quién dispara al pecho
de la ingenua mirada
y sin rastro de sangre 
abre profundas heridas.
Ni el aullido de un perro
en la silenciosa noche
nos hizo temer el presagio.
Por sus secretas callejuelas
se escondían lascivos ojos,
letanía de lamentos
balbuceos de borrachos
y la embaucada pasión
se dejaba llevar
por la luz de plata 
de una hermosa luna llena.
De los tiernos labios 
brotaron blandas sílabas,
melodía de fuente
que el tiempo y el uso
hicieron rodar las palabras como piedras.
A cada paso se adherían
a las suelas de los zapatos 
piedras y lodo 
y las amplias aceras
ceñidas quedaron por altos y recios edificios
cegando la clara luz del horizonte.
La sonrisa se hizo mueca
y por la piel fueron anidando 
voraces arañas,
con sus diminutas bocas
roían lento y tenaz 
la carne blanda
hasta llegar a la médula
y poner a resguardo sus huevos.

Cuánta espesura, qué enredo

 Cuánta espesura, qué enredo
de ramas, matojos y arbustos,
cuánto verdor ofrece esta tierra fértil.
A lo lejos, sobre un lecho de colinas
se extiende un manto de hierba,
generoso pasto de ovejas y vacas.
Cuánta belleza impenetrable,
¿cómo traspasar
esta barrera de abrazados árboles
que tejen una red sus frondosas hojas,
trampa para piernas y brazos?
Los troncos caídos hacen melaza 
de podredumbre,
alimento para hongos, musgos
y trepadoras hiedras 
que visten sus cortezas recias 
con suave y mullido manto.
Imposible recorrer sin peligros ni obstáculos 
esta promiscua flora,
preñado útero que vierte 
sus semillas a la tierra.
Crece caótica y efervescente esta prole
levantando una maraña de un verdor intenso. 
Por cada resquicio se escapa su lujuria,
sin respeto a la intimidad del otro,
lanzados al impúdico desenfreno.
No deja sendero al caminante,
obligado a luchar
contra una pétrea frontera.
Cuánta belleza en sus hechuras,
qué placer para los ojos
y qué inútil regalo si no se puede gozar 
el manjar que ofrece.
El horizonte es un amurallado paisaje 
que nos invita y a la vez nos niega
penetrar en su secreto.
Alimentó el deseo y protegió su virginidad 
dejando en los labios la recompensa de sus mieles,
quimera de un loco que busca y no halla.
Creímos alcanzar la nube,
rozarla ya con el dedo
por el torpe truco 
de entreabrir los párpados.