Luz silenciosa, sombra transparente

 Luz silenciosa, sombra transparente,
en esta tarde
que con templanza se deleita
besando los muros, lamiendo las aceras.
Con la mirada huidiza advierte ya
cómo vienen las sombras,
sin hacer ruido estas bellas cenicientas.
Al llegar el anochecer  
sus zapatitos de cristal
se cubrirán de brea.

La blanca luz de un sol cálido

 La blanca luz de un sol cálido,
el ave solitaria sobre la cruz de piedra,
las ventanas con sus brazos abiertos
entregadas al lecho de su amante,
horizonte de tejas ocres
cubiertas de hollín, musgo y tiempo.
Oleaje de un calmado mar
que solo a mis ojos se muestra
mecido por su abandono y olvido.

Somos rocas grandes como montañas

 Somos rocas grandes como montañas,
piedras y guijarros.
Mas todos seremos escurridiza arena
entre los dedos del tiempo.

Tengo necesidad de decir algo

 Tengo necesidad de decir algo,
pero no sé qué decir.

Hablaré del cielo, este hermoso
y cambiante cielo de mi horizonte.
Impreso en mi nervio óptico
ha quedado fija esta imagen
que olvidaré con los años.
Dudaré de sus perfiles,
cuántas ventanas tenía aquella buhardilla
o las chimeneas con sus distintos sombreritos.
Quizá, aun esforzándome,
no pueda traer a mi memoria
de un modo seguro cada detalle:
esta cruz que me mira y miro
cada día con sus tantas noches.
En este lugar sin mar,
qué bello es este oleaje de tejas,
viejas y ocres con su pequeño jardín mustio,
que el estío dejó seco y escuálido
y que reverdecerá en invierno con las lluvias.
Recordaré lejano, sin textura,
carente de los olores y brillos,
el sonido de los caños rebosantes de agua
dirigidos los canalones a un mismo punto del suelo,
dejando su reguero de manantiales.

Ahora, en este día claro y en este atardecer
traslúcido de rojos y malvas entre un dorado difuso,
como pintado por lápices pastel,
no veo aquella imagen pura y de extrema belleza
desvelada tras la cortina de un aguacero.
Por más que lo intento, se niegan los ojos.
Del mismo modo y con más razón,
olvidará mi cabeza este paisaje
cuando me halle lejos frente a otro distinto.
No me refiero a la eventualidad que lo transforma,
sino a la presencia sólida y estable
que lo levanta con dignidad cada mañana
para gozo de mi corazón.

Aunque nada es duradero por siempre,
sé que existirá mientras yo viva
este solemne edificio con sus muros de siglos ,
aguantando más años que mi frágil cuerpo.
Por eso escribo, para no olvidar
ninguno de sus trazos.
Caprichosa es la mirada.
Su fondo siempre es diferente,
nada es igual, algo cambia,
una grieta invisible se muestra.

Necesito escribir y no sé qué decir,
por eso divago.

La busco y no la encuentro

 La busco y no la encuentro,
por algún sitio la tuve que dejar.
Ay, esta cabeza olvidadiza,
este desorden en los cajones.
Cómo encontrar entre tanto desbarajuste
algo tan trasparente, fino y escurridizo,
fácil de camuflarse y perderse
por las grietas de este mueble viejo,
por rincones oscuros de las estanterías.
Hice el nudo a San Cucufato,
recé a San Antonio abad, patrón
de las causas perdidas,
aún tengo atado el pañuelo
y el santo sigue callado e impávido
con sus velas encendidas implorantes
y las flores frescas cada día en el jarrón.
Sus orejas no escuchan mis súplicas,
firme su figura de escayola,
sus ojos no atravesados por la luz
me miran sin ver
y solo responde el solemne silencio del templo.
Me es sumamente importante,
necesito recuperarla.
Acepto pues sin remedio, su ausencia.
Me doy por vencida,
aunque no puedo evitar frustrarme
y desespero ante la pregunta
¿adónde se habrá metido?
Por ningún lugar aparece.
Recuerdo cuando la tuve entre mis manos,
llenaba mi corazón su presencia,
en mi mirada brillaba su reflejo.
Sin ser llave abre la puerta
y entra en mi casa,
el milagro de su sonrisa.

Ya las palabras se atascan

 Ya las palabras se atascan,
colgadas quedan de la punta de la lengua
y acaban suicidándose
sobre la arena de la memoria,
que al sol de los días
y a palmadas de las horas
se endurecen.

¡Y miro al cielo! Una luna blanca,

 ¡Y miro al cielo! Una luna blanca,
radiante novia envuelta en tul de nubes
con la forma de diamante,
que parece proteger una hermosa perla
entre sus suaves valvas.
Por un instante brota esta magia,
el olvido del irrefutable misterio
la tragedia de una luz impenetrable.
Al fondo, una negrura amenaza tormenta
y estos ojos dudan de su rabia.
No puede tanto resplandor cegarse
por esta sombra.
La noche es húmeda y agradable el roce
de este frío aire en mi rostro.

Me cruzo con muertos y muerto soy

 Me cruzo con muertos y muerto soy.
No ahora, ni hoy o mañana,
tal vez, en otro momento.

Esa mujer de mediana edad
lleva en su frente marcada
la fecha final aunque no la veamos.
Y este y aquel otro y yo,
todos llevamos impreso
el sello de cancelado.

Qué frágil bulto somos estos cuerpos
que vamos de un lado a otro
con sus preocupaciones.
Me cruzo con gente anónima
y pienso, ¿serán antes ellos o yo?
¿No llevan nuestros pasos a este destino?
No en vano nuestra razón
ve tras la cáscara
el cadáver que será este fruto.

Si supieras que no hay dolor

 Si supieras que no hay dolor
sino que es engaño del cerebro.
La mente, que crea con palabras y memoria,
encadena emociones a nuestros cuellos.
Los sentidos ven y oyen, no sienten,
entregan al cuerpo que recibe sin inmutarse.
No hay reacciones,
ni asco, ni placer, ni dolor.
Los ojos han visto
como el objetivo de una cámara
capta aquello que recuadra,
fondo y formas estáticas
en movimiento.
Qué hacer, cómo anular
la determinación en su empeño.

Somos frágiles aviones de papel

 Somos frágiles aviones de papel
en la borrasca, en el ojo del huracán
o cuando la nave
rebasa la barrera de la luz.
Una corriente contraria,
una nube nos protege,
nos recoge en su vientre,
recompone y de nuevo nos lanza
al cielo con la ayuda del aire.
Una vez más, nos elevamos
en la atmósfera de la consciencia.

Sin embargo, eso no ocurre siempre,
y desaparecemos en la nada.

Tal vez ninguna experiencia ajena valga

 Tal vez ninguna experiencia ajena valga
porque solo el creador sabe.
Damos y recibimos consejos,
otros modelos nos avalan,
tratamos de imitar vidas ejemplares.
Por qué he de ser diferente
si somos todos guijarros de la misma piedra.
Ahí viene la lucha desorientada,
la rendición o el triunfo,
el escarmiento por cabeza propia.
No es orgullo ni fracaso
sino la suerte que nos toca,
esta es moneda con dos caras.
Aunque siempre es de noche,
y en algunas nos ciega una negra, muy negra oscuridad,
en otras brilla una blanca, muy blanca luna.

Ay, soy tierra sedienta

 Ay, soy tierra sedienta,
árida mi piel busca sus caricias,
amante que tan pronto se entrega
como se aleja
y abandona mi lecho con sus aromas.

Agua, agua.
Se me llena la boca con tu nombre,
sorda y llevada por otros aires
a otras carnes.
Calmas mis ansias
pero no sacias mi fuego.