Hay días donde el cuerpo parece

 Hay días donde el cuerpo parece
liberarse de ataduras,
suelta las cuerdas que lo aprisionaban.
Es la agradable sensación 
de zafar un nudo.
Andaba el cuerpo apretado
dentro de tan reducida estancia,
los miembros se ceñían al tronco,
brazo con brazo sobre el pecho,
piernas con piernas flexionadas,
hundida la cabeza, hacías un ovillo.
La sangre en hervor,
el corazón álgido
todos los sentidos en alerta,
ante la amenaza de un peligro.

Y así como de la nada o, mejor dicho,
tirando de un hilo suelto, 
se desenreda lo turbio y brilla un sol radiante.
Aparece un cielo azul y en el aire se esparcen 
alegres risas infantiles, 
llevada por los espacios la festiva algarabía 
de un mundo amable.
Cruzan el horizonte bandadas de palomas,
trazan con sus vuelos brochazos de blancura.
Hay días que se abren todos los cerrojos, 
puertas y ventanas,
no hay murallas ni cadenas
en este paisaje infinito.
Las formas se diluyen
y se hacen sustancia única,
como terrones de azúcar 
en el café de la mañana.
Prado de un valle florido
donde va sin miedo la mariposa 
distraída de flor en flor
y fluyen sin obstáculos las aguas 
de un claro y jubiloso río.

Sin embargo, estos brotes verdes
se harán pajizos en otoño,
en busca de la vida
hallaran la muerte,
igual que el alba ansiosa de luz 
se hizo oscuridad.
La noche se encontró con la claridad del día.
Volverá a caer la noche fría
y danzarán oscuros murciélagos
por sus oquedades, 
mientras los ángeles duermen.

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